DETRÁS DE LAS URNAS Y MÁS ALLÁ DE LOS VOTOS.


Por Carlos P. Mastrorilli.


Conocidos los resultados de la elección del domingo 12 de septiembre, como era de esperar, brotaron las más diversas interpretaciones acerca de las razones que tuvieron en cuenta los ciudadanos para votar como lo hicieron.

Nosotros pensamos que las especulaciones, interesadas o no, sobre el significado de esos resultados, deberían partir de una concepción todo lo clara posible sobre la real contextura política en la que se desarrolló y culminó esta convocatoria electoral. Es decir; no es correcto aferrarse a la cantidad de sufragios obtenidos por cada contendiente para deducir teorías sobre los comportamientos subjetivos de los votantes ni, mucho menos, para elaborar pronósticos sobre el futuro socio-económico y político-institucional de la República.

Bajo estas premisas, parece propicio partir de un análisis de las circunstancias en las que se llevó a cabo la consulta electoral con el objetivo de poner a prueba la consistencia de las explicaciones y las definiciones ad usum populi en que abundaron los medios de comunicación de masas y proliferaron en los discursos de los políticos involucrados en la justa electoral.

Es por estas razones que comenzaremos nuestra propia evaluación tomando como punto de partida el paradigma histórico y el significado político del gobierno del kirchnerismo en su etapa más decadente: la que necesitó de la “moderación” de Alberto Fernández y del parcial eclipse de Cristina para acceder al gobierno en el ya lejano diciembre de 2019.


¿Por qué Alberto? Antes de 2003.

Es ya un lugar común declarar que AF fue elegido porque existió un amplio consenso al interior de los círculos reservados en los que se mueve Cristina acerca de que alguien debería servir de mascarón de proa porque la Señora no disponía por sí misma del caudal de votos imprescindibles para derrotar a Mauricio Macri quien, a pesar de su pésima gestión de la economía y las finanzas nacionales, retenía para sí la calidad de “mal menor” en la mente de quienes creían firmemente que el kirchnerismo puro y duro, si regresaba a la Casa Rosada,retomaría con renovado vigor todos y cada uno de los tics con los que había ocupado con firmeza la posición de izquierda en la desastrada democracia posicional argentina.

Pero ¿por qué AF y no otro de los tantos pejotistas y peronistas territoriales que gozaban de iguales o mejores diplomas para hacer de fronting en la fórmula presidencial? La pregunta no carece de razonabilidad porque AF fatigó, desde su despido de la Jefatura de Gabinete en julio de 2008, cuanto canal de TV y emisora radial lo tuvieron de “invitado” disparando críticas acerbas y punzantes sobre la gestión presidencial de Cristina, críticas que se aproximaron a la diatriba en el período 2011-2015. Con estos antecedentes y conociendo el carácter y la personalidad de CFK tan poco dada a la magnanimidad, la indulgencia y al olvido de las ofensas, ¿qué factores tuvieron influencia decisiva para aupar al “fiestero de Olivos” a la elevada función de facilitar el regreso del kirchnerismo al gobierno de la República? La biografía de Alberto Fernández aporta algunos datos – no todos – acerca de los motivos de Cristina. Nos ocuparemos de los más significativos antecedentes de AF, los que permitieron que el peronismo unido, congregado en la bolsa de gatos que sin dudas fue y es el Frente de Todos, triunfara en la elección presidencial de octubre de 2019.

Porque en verdad resulta difícil superar la extrañeza que provoca la elección digital de AF como candidato presidencial allá por aquel ya lejano mayo de 2019. El actual Presidente ostenta un curriculum sumamente abigarrado que va desde ocupar cargos secundarios – pero no despreciables – bajo la tutela de Carlos Menem y de ser elegido legislador de la CABA en tiempos en que militaba en el partido “Encuentro por la Ciudad”, una creación del hoy execrado Domingo Cavallo, hasta comandar la campaña que llevó a Néstor Kirchner a la Casa Rosada y ser recompensado con la Jefatura de Gabinete por el extinto Lupín, hasta ser despedido por Cristina Presidente (diz que de malas maneras) en julio de 2008 – en medio del amotinamiento de los oligarcas terratenientes como diría Juan Grabois-. Al mismo tiempo que se posicionaba como un ferviente admirador de Néstor Kirchner y proclamaba los éxitos del tiempo de los superavit gemelos cuando él mismo ocupaba la Jefatura de Gabinete- no omitía hacer comparaciones entre el gobierno de Néstor y el de CFK, sumamente desdorosos para ésta, posicionándose así como un puntal del “kirchnerismo sí ... pero el de Néstor”.

Una ligera revisión del curriculum del actual Presidente, bien podría comenzar en abril de 1985 cuando llevado de la mano de Jorge Gándara logró que lo designaran como subdirector de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía, a la sazón encabezado por Juan Vital Sourrouille. Si bien era considerado un peronista “progresista” – nada que ver con Herminio Iglesias e Italo Luder- esa condición le fue adjudicada por su relación estrecha con Jorge Argüello y Eduardo Valdés, con quienes había compartido cierta “militancia estudiantil” en el colegio “Mariano Moreno”, relación que se mantuvo en los claustros de la Facultad de Derecho de la UBA. Eran los tiempos en los que los alfonsinistas se ilusionaban con el “Tercer Movimiento Histórico” que, en teoría, aunaría a los radicales con espíritu social-demócrata con los peronistas más democráticos, aggiornados y mejor dispuestos a abandonar por completo el corporativismo que le endilgaban casi todos los dirigentes de los partidos políticos e aquel entonces, ansiosos de neutralizar la gravitación de la CGT en la política nacional.

El segundo antecedente importante en la carrera política de AF fue su figuración como funcionario de cierta relevancia bajo la Presidencia de Carlos Menem con quien, en principio, no lo ligaban afinidades “ideológicas” ni experiencias militantes. Pero lo cierto es que AF se desempeñó entre 1989 y 1995 como superintendente de Seguros de la Nación, secundado por el hoy Ministro de Trabajo Claudio Moroni. Se dice que fue Eduardo Duhalde quien recomendó a AF para ese cargo a quien conocía bien hasta tal punto que en 1996 lo puso a cargo del holding empresario del BAPRO, tal vez como recompensa por su activa militancia, junto con Alberto Iribarne y Jorge Argüello, en la “oposición” al menemismo en la Ciudad de Buenos Aires. El riojano, tan necesitado de apoyos en la Capital Federal, supuso que la designación de AF en la Superintendencia de Seguros era un precio módico a pagar si con ello lograba introducir una cuña en el antimenemismo porteño.

El desempeño de AF en un área tan sospechada de manejos corruptos como la de los seguros, no fue ejemplar. Es ampliamente conocida su participación en el affaire de la aseguradora “La Uruguaya Argentina” en la que su subordinado Moroni tuvo una influencia decisiva para evitar que la empresa debiera hacerse cargo de una millonaria indemnización por un accidente ocurrido en diciembre de 1996 en el que fallecieron nueve estudiantes que viajaban rumbo a Bariloche en un ómnibus de “El Rápido Argentino”. Pero tal vez fue su intervención decisiva en el caso de la diferencia entre 1.200 y 500 millones de dólares entre lo reclamado al desguazado INDER por las aseguradoras y lo que aconsejaba reconocer Roberto Guzmán, por entonces cabeza de la SIGEN. Nótese que AF fue ratificado en la SSN por Domingo Cavallo, cuando éste asumió el Ministerio de Economía en 1991.

Un nuevo capítulo de la biografía de Alberto Fernández, se abrió el 1º de enero de 1998. Ese día, por iniciativa de Eduardo Duhalde, se fundó el Grupo Calafate – un “tanque intelectual” – cuyo objetivo era el de nuclear voluntades militantes para oponerse al intento “re-re-eleccionista” de Carlos Menem. ¿El coordinador y factotum del Grupo? : Alberto Fernández.

En ese emprendimiento, de abigarrados matices, se profesaba que el menemismo estaba periclitando y que urgía idear “algo nuevo” para acceder al gobierno del Estado cuando el riojano fuese desalojado de la Casa Rosada. Entre los más connotados miembros del Grupo Calafate se contaban Aníbal Fernández – hoy sorpresivamente designado Ministro de Seguridad en el gobierno nacional – Carlos Tomada, Carlos Kunkel, Esteban Righi, Alberto Iribarne, Ernesto Jauretche, Roberto Digón, Ignacio Chojo Ortiz y Julio Bárbaro, otro menemista arrepentido.

Unos cuantos cronistas de aquella agitada época no dudan en afirmar que el Grupo Calafate tuvo una influencia importante en las campañas electorales de Eduardo Duhalde en 1999- con los malos resultados conocidos- y en la de Néstor Kirchner en 2003, esta vez con el éxito de haber llevado a NK a la Presidencia… después del abandono de Carlos Menem quien había superado al fundador de la dinastía de los Kirchner por una magra diferencia de votos: 24,45% a 22,25%. A simple vista surge que la Presidencia de Néstor no contó con el respaldo electoral suficiente como para garantizar una gestión tranquila. Lo cual explica, a nuestro entender, muchas de las decisiones que debió adoptar NK en el curso de su paso por la más alta magistratura de la República.

La relación entre AF y NK, probablemente, se estableció en ocasión de los encuentros del Grupo Calafate a los que Kirchner asistía de vez en cuando. La verdadera raíz del “patrocinio” del gobernador de Santa Cruz, se debe buscar en la alienidad del patagónico respecto de los factores de poder operantes en la sede del gobierno nacional. Esta misma circunstancia, es la que, en el inicio de su Presidencia, le impulsó a rodearse de “entendidos” en la gran política que, según sus más allegados asesores, se forjaba en los ámbitos porteños respecto de los cuales Néstor y Cristina eran extraños y desconfiados. Alberto Fernández se contaba entre quienes les aportaban, como pronto se vería, algunos contactos que fueron verdaderamente significativos y que, en esos primeros años, resultaron útiles para permitir la ocupación pacífica por parte del kirchnerismo de la posición de izquierda en el espectro político nacional.

Según lo consigna Walter Curia en su libro “El último peronista. ¿Quién fue realmente Néstor Kirchner” AF y NK se habían conocido poco antes de la fundación del Grupo Calafate, a mediados de 1997, presentados por el amigo de la juventud de Alberto, Eduardo Valdés. Curia sostiene que los primeros contactos entre ambos personajes en El Calafate, no fueron todo lo amables que era de esperar debido a una indiscreción de Fernández quien osó presentarse a un almuerzo en compañía de un funcionario del BAPRO – Juan Carlos Luque- lo que disgustó a Néstor de quien se sabía en Rio Gallegos que odiaba tener que compartir su tiempo con gente no invitada o convocada personalmente por él mismo. El mismo autor sostiene que en aquella oportunidad fue Cristina quien intercedió en favor de Alberto, destacando su presunta habilidad para tratar con empresarios y medios de comunicación masivos.

Otro antecedente interesante en el curriculum de AF es el que se remonta a mayo de 2012, cuando logró inscribir un minúsculo partido político a nivel nacional al que denominó “Partido del Trabajo y la Equidad” (ParTE) al que prontamente adhirió al Frente Renovador de Sergio Massa. Su aporte más significativo en esta etapa de su vida política, fue el de ejercer un fuerte cuestionamiento a la idea de algunos connotados cristinistas en el sentido de propiciar una reforma constitucional que le permitiera a CFK ser elegida por tercera vez como Presidente de la República. En el 2015, el ParTE se unió a la coalición denominada “Unidos por una Nueva Argentina” (UNA) sosteniendo la candidatura presidencial de Sergio Massa, que obtuvo el nada despreciable caudal de votos del 21,39% en tanto Mauricio Macri, quien en el balotaje se impondría a Daniel Scioli , candidato oficialista, alcanzaba un 34,15%. Finalmente el ParTE se mixturó con el “Frente de Todos” bajo cuyos auspicios fue elegido – dedo de Cristina mediante- para ocupar la Casa Rosada (y la Quinta de Olivos) para el período 2019-2023.


Alberto Fernández Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner (2003-2007)

La designación de AF como Jefe de Gabinete durante la Presidencia de Néstor Kirchner, ha sido analizada y explicada de diversas maneras por el periodismo y por los autores que se han ocupado de historiar ese primer avatar del kirchnerismo. Conforme se señalara más arriba, creo que en la base de esta elección se encuentra el recelo de los patagónicos frente a una dirigencia empresaria y a un ambiente cultural notoriamente diversos respecto de la experiencia acumulada en los largos años de hegemonía kirchnerista en la Provincia de Santa Cruz.

Algunos analistas de este período, se han preguntado por qué el riojano Menem, tan ajeno como Kirchner al medio porteño, no manifestó al principio de su gestión, una aprensión tan evidente como la del patagónico frente a los desafíos que plantea el tránsito de una administración provincial al gobierno de la Nación. La mejor respuesta a tal interrogante es la siguiente: en tanto Menem, como lo demostró a lo largo de sus dos períodos de gobierno, se plegó a los intereses más concentrados con gravitación en la economía y las finanzas – inició su gestión de la economía a partir de un “acuerdo” con el grupo Bunge&Born- Kirchner, al posicionarse como líder de una supuesta izquierda peronista, decidió unir en un mismo “ideario” el repudio a la dictadura de Videla y a las políticas “neoliberales” de Martínez de Hoz y del menemismo. Las violaciones a los derechos humanos y las políticas pro mercado le fueron útiles al kirchnerismo para afianzar una personalidad política electoralmente atractiva al mismo tiempo que exigían un proceso de adaptación al sistema de poder vigente en el gobierno federal, para lo cual era imprescindible contar con operadores hábiles y conocedores del entramado de intereses y de los factores de poder de los cuales dependería la suerte de los gobernantes provenientes del lejano sur. Alberto Fernández cumplía, según hemos visto, con ambos requisitos por lo que su nombramiento parece justificado, máxime cuando el Presidente Kirchner era el real y efectivo guía y mentor del gabinete de ministros. Para AF estaban reservadas tareas de public relations que NK prefería delegar en un personaje formalmente importante de su administración con el claro designio de no aparecer demasiado comprometido con quienes ocupaban posiciones relevantes en la economía, las finanzas y los medios de comunicación de masas.

Existe un consenso notable entre quienes se han ocupado de historiar lo sucedido en el curso de la Presidencia de Néstor Kirchner, acerca del aporte de mayor significación política que Alberto Fernández hizo para asegurar el afianzamiento de la gobernabilidad de la República en tiempos que se auguraban como particularmente agitados. Esa contribución que AF proporcionó al primer kirchnerismo fue sin dudas la de haber asumido, como principal tarea a su cargo, la operación consistente en mantener al “Grupo Clarín” como soporte mediático de la gestión presidencial. Ello así aunque dicha función no se encuentra incluida entre las enumeradas en el Art. 100 de la Constitución nacional reformada en 1994.

En la segunda parte de esta nota analizaremos los claroscuros de la gestión de Alberto Fernández en su desempeño como Jefe de Gabinete en el período 2003-2007 y los motivos reales de la decisión de Cristina que le permitieron asumir como Presidente de la República en diciembre de 2019.

(Continuará)