SOMBRAS NADA MÁS.



¡Luz. más luz!” Johann Wolfgang Goethe in articulo mortis.



La pretensión de decir algo coherente, útil y verdadero sobre la situación política en que nos encontramos los argentinos, parece a todas luces excesiva y fuera del alcance del conocimiento de comunicadores sociales, analistas diplomados en las tal vez imperfectas ciencias sociales y, por supuesto, de los políticos profesionales a los que, desde siempre, se les suelen tolerar las falsedades a designio y los yerros cognitivos que contienen sus discursos.

Nosotros, con la modestia que nos caracteriza, aspiramos con este artículo a echar un poco de luz sobre un panorama tenebroso de por sí y plagado de confusiones lógicas provenientes de las peroratas que con delectación no disimulada dominan en los medios de comunicación de masas y en las redes.

Una advertencia antes de entrar en materia: para quien estas páginas escribe las palabras no son hechos aunque indudablemente, ellas bien pueden ocultarlos, deformarlos y hasta eliminarlos del público conocimiento.



En los dominios de la incertidumbre.

Por motivos en los que intentaremos indagar, la palabra incertidumbre – referida a la situación política y socio-económica argentina- se ha convertido en un lugar común en el discurso de periodistas y políticos profesionales.

Cualquier explicación que aspire a dar cuenta de fenómenos sociales complejos- ni qué decir de los diagnósticos de los sedicentes científicos sociales - debería ser capaz de acertar con lo que sucede en el presente y de pronosticar el rumbo probable de los acontecimientos. De otra manera, sus discursos tienen un efecto negativo y peligroso: oscurecen en lugar de iluminar a eso que se denomina opinión pública.

A nuestro entender el uso y abuso de la incertidumbre, es decir, de la confesión palmaria de que nada cierto se sabe acerca de lo que ocurre y puede ocurrir, está resultando tan deplorable como cuando un periodista de renombre inventó lo de la grieta o sea la presunta oposición fundamental entre Cristina y Mauricio para descifrar la compleja trama de intereses económicos y conflictos de poder en plena ebullición en la Argentina del siglo XXI. Según esta necedad, se sigue que si ambos fumaran la pipa de la paz, nuestras desgracias comunes se disiparían y un porvenir sonrosado advendría para nosotros y, tal vez, para nuestra posteridad.

Sucede con la incertidumbre que se explaya sobre cualquier conocimiento por lo menos probable del futuro – incluso y sobre todo del futuro próximo- algo realmente peligroso: convencer al público de que nada puede saberse con algún grado de certeza sobre cómo deberíamos actuar para ponernos a resguardo de calamidades de la más variada especie: a cuánto cerrará el dólar a fin de mes; si Cristina se reunirá con Alberto para poner orden en las políticas gubernamentales o para agraviarse mutuamente; si la semana próxima los piqueteros coparán calles y plazas para poner en las pantallas de la TV demostraciones de su poder de convocatoria; si el precio de la carne vacuna trepará hasta cumbres inaccesibles… et sic de coetera.



Incertidumbre y procesos cognitivos.

La incertidumbre que se ha ganado un rol decisivo en las disertaciones de quienes, por mor de su profesión, deberían ilustrar al soberano, implica la más impúdica confesión de padecer un grave déficit cognitivo. En efecto: la cognición implica la capacidad de procesar información a partir de los datos provenientes de la propia experiencia o bien de fuentes secundarias como la que propalan los medios de comunicación de masas. Esa capacidad ha sido suficientemente analizada a través de la psicología cognitiva… a nivel individual. Pero ¿qué sucede cuando se trata de saber cómo se generan certidumbres – certezas- dentro de los límites de la opinión pública?

Los psicólogos sociales han intentado aproximarse a una explicación convincente acerca de los procesos cognitivos que se generan y desarrollan en las sociedades urbanas de masas. Y han tropezado con una dificultad mayor: las sociedades de este tipo no son homogéneas puesto que están divididas en clases sociales y éstas, a su vez, en subclases y grupos de interés que exhiben grandes diferencias culturales, económicas y hasta psicológicas entre sí lo cual dificulta un análisis metodológicamente correcto de dichos procesos.

Si se relaciona esta situación con los conocimientos producto de procesos que se presentan en cada clase social – para no ir más lejos en lo que hace a las diferencias dentro de cada clase- la incertidumbre resulta una consecuencia más que probable. Los conocimientos que se adquieren a través de la experiencia personal de cada individuo debe confrontarse con el aluvión de información a la que se accede por medios digitales. Existe una opinión generalizada entre los psicólogos sociales que, dada esta situación, se ha producido una suerte de desvalorización de la experiencia en beneficio de la información difundida por los medios de comunicación de masas, incluidas las redes. Por otra parte, que exista una cantidad tal de información disponible en la sociedad de masas, no significa que dicha información sea procesada correctamente por los que han tomado nota de los datos dispersos en las redes. Tampoco que la información brindada a raudales esté exenta de falsedades, sean éstas propaladas a designio o sean producto de la ignorancia y desaprensión del emisor.

Como lo demostraran desde distintos enfoques científicos Gastón Bachelard y Jean Piaget, si los individuos no disponen de un sistema en el que “enchufar” la información que se brinda a raudales, lo más probable que suceda es la generación de no-certezas - incertidumbres - que no aportan conocimientos útiles para organizar, valorar y estructurar ideológicamente los datos provenientes de la información procedente de fuentes exógenas a la conciencia de cada individuo, de manera análoga a cómo obstaculizan la derivada de la propia experiencia. Sucede algo así como si una operadora telefónica – de las antiguas – careciese de un tablero donde insertar la clavija que transfiere las llamadas procedentes de sujetos que desean comunicarse con sus semejantes.



La incertidumbre de los políticos y líderes sociales.

Digamos antes de entrar a formular un pensamiento crítico sobre el exceso de incertidumbres que afecta a nuestra clase dirigente, que el modelo de certezas que cada uno lleva en su conciencia, es el que deriva, por ejemplo, de la ley de gravitación universal. Ello es así porque el conocimiento de cualquier ley que, dadas las mismas condiciones, se cumple inexorablemente, permitiría al sujeto no solamente diagnosticar las causas y efectos de un fenómeno sino también pronosticar lo que habrá de suceder en la realidad una vez que la ley se cumpla y el fenómeno correspondiente opere modificando el estado anterior de esa misma realidad. Para no extendernos demasiado, omitiremos toda referencia al principio de indeterminación (o incertidumbre) de Heisenberg y a los avatares del gato de Schrodinger.

Es cierto, por otra parte, que el modelo de ley física sobre la gravitación universal difiere notablemente de las leyes que pueden comprobarse en el campo de las ciencias sociales. Desde tiempo atrás, sociólogos, antropólogos y psicólogos sociales y economistas, expresan que el libre albedrío que se atribuye a todo ser humano, incide sobre las certezas de las ciencias del hombre y la sociedad, en el sentido de ampliar significativamente los márgenes de error y probabilismo que se verifican cuando se pretende formular pronósticos valederos sobre el futuro, sea éste más o menos próximo o más o menos lejano.

Ahora bien: estos límites que se reconocen a las ciencias sociales ¿relevan a los que conducen o aspiran a conducir los destinos de una nación, un partido político o un municipio de la obligación de conocer las normas básicas que rigen la convivencia de los individuos en los distintos tipos de sociedades hoy existentes? En otras palabras: ¿son excusables las no-certezas de los líderes políticos y sociales? Se entenderá con más facilidad la cuestión de las no-certezas de las clases dirigentes, si logramos establecer una comparación entre la incertidumbre que afecta a las masas urbanas administradas dentro del sistema capitalista-democrático y la que perjudica la eficiencia de los administradores.

En primer lugar es preciso establecer la o las causas que originan la incertidumbre cualquiera que sean los sujetos afectados. Está fuera de toda duda que las no-certezas, las ambigüedades y lo que piadosamente suelen denominarse medias verdades comparten un elemento común: la ignorancia o sea el desconocimiento de la realidad de los hechos y la incapacidad para interpretar los fenómenos que no sean los estrictamente vinculados a la vida cotidiana de los individuos. Y aun éstos, suelen permanecer inexplicados sea por un déficit cognitivo de los sujetos o bien por haber renunciado, a fuerza de cosechar fracasos, a ejercitar el intelecto de manera tal que, por lo menos algunas clavijas se instalen en el lugar adecuado. La indolencia es el producto más decantado de esta última actitud.

Existe una opinión casi unánime entre los analistas de la conducta de las masas, que la incertidumbre es fuente de miedos, generadora de riesgos suplementarios respecto de los que amenazan a todo individuo por el solo hecho de convivir con otros individuos y, en definitiva, de un cierto tipo de infelicidad. Sólo si se opta por sobrevivir ignorando casi todo lo que debe ser conocido para que la actividad de cada uno alcance para satisfacer no solamente sus necesidades primarias sino también para alcanzar un status superior respecto del posicionamiento social de origen, o sea progresar en el sentido de mejorar las condiciones de vida- la infelicidad se transforma en indolencia, resignación e indiferencia lo cual configura un tipo de hombre-masa, objeto de las más abyectas manipulaciones que pueden ejercerse desde el poder político, económico o social.

Una advertencia antes de tratar de las incertidumbres de los que ejercen algún tipo de poder y aspiran a ser masivamente obedecidos. Si se estableciera un ranking acerca de las causas de la ineptitud de los gobernantes y administradores de la sociedad, ciertamente la ignorancia, la carencia de conocimientos probados acerca de una determinada cuestión, encabezaría la tabla de posiciones. La incertidumbre, la imposibilidad de pronosticar con realismo y coherencia acontecimientos futuros, por lo menos está unos pasos más atrás de la pura y dura ignorancia. Ello es así porque el que se dice afectado por las no-certezas, sabe que no sabe y en consecuencia duda.

Es conveniente tener presente que la duda es un estado de conciencia que no logra discernir si un hecho o un concepto es verdadero o falso y, por lo tanto, la consecuencia más probable en lo que se refiere a la conducta del que duda, es la no acción, situación ésta reconocida por la sabiduría popular que aconseja “ante la duda, abstente”. Si bien Descartes concibió a la duda como elemento básico de su método filosófico utilizándola como filtro de los datos derivados de la realidad empíricamente conocida, podemos obviar esta cuestión pues nuestros políticos están lejos de cualquier intermediación epistemológica entre sus conocimientos y creencias, sus intereses y sus actos de gobierno.

De lo que llevamos dicho se desprende que la incertidumbre de los políticos, sean los que gobiernan o los que ejercen de opositores, afecta la toma de decisiones que deben ser, por imperio de las circunstancias – generalmente adversas al bien común- adoptadas en tiempo oportuno e integradas en la pirámide jurídica determinada por la Constitución del Estado. Las no-certezas de los “representantes del pueblo” revierten sobre la sociedad de masas generando riesgos en demasía que mantienen a la población sobresaltada – todos los días hay “novedades” que perjudican los intereses legítimos de los individuos y las familias – hasta un punto en que los temores cotidianos conducen a la apatía y, en ocasiones, a una desconfianza básica respecto de las instituciones públicas. En ambos casos, se trata de patologías sociales graves.



Dos antecedentes de la incertidumbre actual.

Para introducirnos en las incertidumbres argentinas, conviene tener presente dos antecedentes teóricos, hoy un tanto opacados por los procesos globalizadores que inciden sobre las finanzas y la economía real del pluriverso internacional.

El primer aporte al que nos referimos es el de Frank Hyneman Knigth (1885-1972) A comienzos de la década de 1920 Knight demostró que las incertidumbres en materia económica son generadoras de riesgos suplementarios que exceden las previsiones normales de los agentes económicos y que, por lo tanto, pueden llevar a “crisis explosivas” con capacidad de deteriorar hasta niveles desusados las estructuras y sistemas vigentes en la economía real y las finanzas.

Knight sostenía que los riesgos connaturales a toda actividad económica son mensurables. Pero que si dichos riesgos se acoplan al desconocimiento propio de la incertidumbre que afecta a los que están encargados de tomar las principales decisiones en la materia, el peligro de una crisis global se torna una probabilidad plena de amenazas que superan los “cortafuegos del sistema”. Por estos aportes algunos consideran a Knight como un “profeta que advirtió la crisis de 1929-1930” que conmocionó no solamente el funcionamiento de la economía y las finanzas mundiales, sino también las teorías más en boga durante la Primera Postguerra.

El otro antecedente que nos parece de interés para el abordaje teórico de las incertidumbres argentinas, es el de Peter Wust un filósofo católico alemán próximo a Josef Pieper, Romano Guardini y Max Scheler. Wust, en su obra más valorada, “Incertidumbre y riesgo” , ilustra con singular agudeza lo que la teología católica profesa acerca de la insecuritas del homo viator, del que deja atrás la seguridad que le viene dada por su instalación en un espacio en el que las incertidumbres y los riesgos que ellas traen consigo están vedados en razón de un posicionamiento vital exento de peligros y de angustias existenciales.

Está claro que tanto Wust como Pieper coinciden en una postulación básica: el individuo humano que no se arriesga a obrar en un mundo del que no puede conocer todos los límites y todos los peligros, no accederá espiritualmente a la completud que deriva de experimentar “los riesgos del camino” en lugar de permanecer protegido en la comodidad de lo ya establecido y consagrado. En otras palabras: la cuestión que les interesa develar tanto a Wust como a Pieper es la que procede de las mutuas implicancias entre incertidumbre y riesgo: la humana securitas, la seguridad.

Para Wust la seguridad derivada de la instalación del individuo en su “zona de confort” (como se suele decir ahora) exige pagar un precio demasiado alto cual es el de vivir al margen de la realidad del mundo y, por lo tanto, el de desconocer cómo se ha llegado a estructurar ese espacio en el cual los seres humanos existen y conviven con otros individuos que le son ajenos por completo. La seguridad, así concebida, implica una alta dosis de nesciencia, un bloqueo impenetrable para el conocimiento raigal del otro y de la sociedad. Y es aquí donde la securitas se encuentra con la episteme y se conecta con los procesos cognitivos a los que hemos hecho referencia antes.

Finalmente, resulta interesante el vínculo existente entre la obra de Wust y la exégesis bíblica. En efecto; “Incertidumbre y riesgo” se abre con una evocación de la Parábola del Hijo Pródigo” (Lucas 15 11-32) De dos hermanos, el menor “no preocupándose de las advertencias del sabio y precavido padre, abandona la seguridad de su casa y se lanza al riesgo de un mundo desconocido. El hermano mayor, en cambio, se queda en la tierra firme del patrimonio paterno, trabajando fielmente, cumpliendo con sus deberes y salvaguardando así un orden de vida heredado. ¿Cuál de los dos hermanos – se pregunta Wust- tan diferentes ha elegido el camino recto?”

Como se sabe, el hermano menor que eligió la insecuritas, regresa al hogar paterno después de haber experimentado riesgos que no alcanzó a superar ni, tal vez, a comprender en el curso de sus aventuras por tierras extrañas. Lucas, fuera de toda duda interpretativa, condena la conducta del hermano mayor que manifiesta abiertamente su disgusto por el festejo que el padre desea celebrar en homenaje del hijo que regresó al hogar. Ante la expresión de disgusto del que permaneció, fiel y constante, en la paterna heredad, el progenitor de ambos así se expresa: “ Hijo – al hermano mayor - Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo; pero conviene celebrar una fiesta y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”.

Lo perdido y recuperado, se supone, adquiere un valor distinto al que tenía antes del extravío y esto es lo que surge de la parábola que apunta a la relación del ser humano con Dios. Algo así sucede con el pecador arrepentido. Pero desde el punto de vista que nos interesa en este contexto, es si realmente el hijo pródigo ha adquirido, en sus andanzas, un plus de conocimientos, de sabiduría que el hermano que permaneció instalado en la securitas no estuvo en condiciones de acceder por el hecho objetivo de haber aceptado como orden establecido y, hasta cierto punto, inconmovible, lo que ha de heredar por derecho propio.

Si bien es posible asimilar la actitud del que regresa al orden paterno a la de quien ha experimentado una frustración ante la incertidumbre que debió enfrentar en su aventura “por tierras extrañas” lo que interesa averiguar es si las andanzas del hermano que se arriesga a vivir más allá de la fortaleza donde rige el orden establecido – conservador- realmente le han hecho más sabio e, incluso, éticamente superior. La respuesta positiva a este interrogante – que es la de Wust y la de Pieper – se encuentra en la base de la teología católica que privilegia el “cambio” por sobre lo “tradicional”, sobre lo que se “hereda”.

La interpretación corriente de esta Parábola es bien conocida:Dios no tiene ningún problema en perdonar y, consecuentemente, reponer en el lugar que ocupó el hijo que abandonó la patria heredad. Se considera que el regreso del Hijo Pródigo no solamente genera el perdón del padre, sino también la ocasión de un festejo que provoca la indignación del otro hijo: “Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado su herencia con prostitutas, ¡has matado para él un novillo cebado !”

La Parábola incluye el arrepentimiento del que regresa vencido después de haber pecado y derrochado los bienes adquiridos en su condición de hijo del patriarca. Sin este requisito, sin el reconocimiento de haber errado el camino hacia una vida más plena, el sentido del apólogo se enturbiaría: el arrepentimiento es la señal de que el Hijo Pródigo ha aprendido a valorar el orden imperante en la hacienda paterna, lo cual estaría indicando que su partida hacia una tierra extraña no ha sido inútil. Por el contrario, el retorno y el reconocimiento explícito de su error, constituyen el fundamento imprescindible de su reinserción en el sistema que antes había repudiado. Así queda abierta la vía hacia una interpretación política de la Parábola como se verá en el apartado que sigue.



Las incertidumbres argentinas.

El mero intento de abstraer las múltiples y variadas diferencias económicas y socio-culturales que existen en cualquier sociedad de masas organizada bajo el sistema capitalista-democrático, bien puede parecer que encubre una simplificación inaceptable. Sin embargo, Argentina, tan afectada por desigualdades de todo tipo, permite al analista referirse a la Nación como si ésta presentara rasgos comunes que admiten observaciones y enfoques metodológicamente aceptables. Esto es así, casi con seguridad, porque la profunda crisis que recorre toda la pirámide social, genera en todas las clases y grupos de interés una profunda sensación de cercanía a un abismo donde todos podríamos precipitarnos si no sucede algo que cambie drásticamente la marcha de los acontecimientos. Quienes han estudiado en profundidad tanto la psicosis como las neurosis derivadas de la guerra, postulan que con la aplicación de terapias adecuadas, dichas patologías pueden derivar en la formación de una conciencia acerca del peligro que, a su vez, impulse a los pacientes a superar el miedo y la desconfianza hacia las relaciones con sus semejantes en una forma muy característica de altruismo.

No obstante lo expresado en el párrafo anterior sobre la corrección de extraer de las desigualdades sociales existentes en nuestro país un concepto que involucre a todos los argentinos más allá de esas grandes diferencias, lo cierto es que cada tramo de la escala social presenta específicas versiones de las incertidumbres y riesgos que afectan a cada clase. En este sentido, lo primero que es preciso considerar es cómo se dan los procesos cognitivos en los distintos sectores sociales, lo cual nos remite directamente a la cuestión de la educación en una sociedad de masas.

Si se coincide en que la ignorancia – absoluta o referida a un conjunto de hechos objetivamente comprobados – excluye la incertidumbre puesto que “el que no sabe vive en la oscuridad y no puede ver ni lo evidente” como decía San Anselmo y que la no-certeza supone la duda y ésta el conocimiento de que existen por lo menos dos probabilidades de que algo sea cierto o falso, se sigue que un prerrequisito de las incertidumbres es que el sujeto acceda a un cierto nivel en lo que hace a su educación. A mayor formación educativa, corresponde un más alto status cultural. Lo cual ha tenido el efecto de exigir a los que presuntamente más saben, un mayor aporte a la sociedad en la que conviven tanto con los más evolucionados culturalmente, como con los que apenas han superado el analfabetismo que se considera el nivel más bajo de cognición que existe en una sociedad de masas urbana.

Como se dijo antes bajo el acápite “La incertidumbre de los líderes políticos y sociales” , cuando políticos, dirigentes sindicales o empresarios, administradores de dineros públicos, etc. confiesan ser cautivos de una incertidumbres que no logran disipar, o bien se encuentran afectados por un grado de incompetencia incompatible con las funciones que tienen asignadas o bien las no-certezas que les afectan derivan de determinadas situaciones total o parcialmente incognoscibles por su naturaleza. En materia de cuestiones económicas o financieras, entre nosotros se ha generalizado una explicación de tales incertidumbres que, además de tener desde un principio incorporado el libre albedrío de los seres humanos, pretende adjudicar a la credibilidad del discurso de la clase dirigente el origen de las incertidumbres y riesgos que afectan a los administrados, es decir, a las masas que forman el conjunto de la población.

Argentina ha sufrido y sufre agudas crisis económicas y sociales. Descontado un cierto grado de ineptitud de los gobernantes que se han ido sucediendo en la conducción del Estado, es evidente que resta una magnitud apreciable de incertidumbres y de riesgos originados en causas estructurales; es decir en ciertas características peculiares que existen en la Nación tanto por la inadecuación al progreso tecno-científico de las instituciones básicas que la rigen, como por la índole de sus recursos naturales y humanos. En este sentido la perduración de factores que impiden que el desarrollo socio-económico coincida con la evolución tecno-científica exógena, conduce necesariamente a sostener la tesis de que el pensamiento conservador y tradicionalista en la medida en que informa los programas electorales y las políticas de Estado que responden a ese pensamiento, es el verdadero obstáculo que debe ser removido si se pretende comenzar una era de progreso y bienestar para los argentinos sin distinción de clases sociales. La idea de la “pesada herencia” con la que cada gobierno pretende justificar sus fracasos, es pariente cercano de lo que venimos diciendo.

Es en este punto que se nos presenta la Parábola del Hijo Pródigo como una ilustración del conflicto ideológico que subyace tanto en los certámenes electorales como en las relaciones entre el gobierno y la oposición. En efecto; el hermano que abandona la paterna heredad es una representación a menor escala de quien se aventura en “tierras extrañas” en razón de no encontrar satisfactoria la casa del padre, es decir, la propiedad de quien encarna las tradiciones del pasado, del que conserva el patrimonio a su vez heredado de sus ancestros y que está destinado a los hijos que, de esa manera, continuarán laborando la propia tierra “con los métodos y las lealtades transmitidas al presente por los antepasados” al decir de Josef Pieper.

El hermano peregrino entonces, por su parte, deja atrás el mundo conocido en búsqueda de otras certezas. Certezas que, en todo caso, le permiten finalmente convencerse de que la mejor opción que se le presenta es el retorno incondicional a la casa del padre, al orden cuya negación le impulsó a trastocar radicalmente su comportamiento hasta el punto de abandonar a su familia y su posición dentro de ella.

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Debe quedar claro que el intento de aplicar la Parábola del Hijo Pródigo a los procesos políticos que nos han conducido a los argentinos hasta la actual encrucijada, exige un esfuerzo de adaptación considerable porque ¿no se ha dicho hasta el cansancio que la Argentina constituye una anomalía histórica derivada de sus incomprensibles tropiezos económicos y financieros? Las licencias que se han de tomar en cuanto a dicha adecuación, suponen que aun con las correcciones y acomodamientos necesarios la Parábola es útil para condensar en pocas líneas el esfuerzo por trazar las grandes líneas de nuestro destino. Como dijera Schiller “somos como somos porque lo que ha sido ha sido”

No existe mejor ilustración para iniciarnos en una interpretación política de la Parábola que lo sucedido en el pluriverso internacional a partir de la implosión de la Unión Soviética. En efecto; el marxismo-leninismo que, a pesar de las distorsiones stalinistas, fue el fundamento del trascendente hecho histórico por el cual se produjo la transformación de una ideología en una experiencia política que, en su momento, alcanzó a dividir el mundo en dos bloques antagónicos, puede asimilarse a la aventura del Hijo Pródigo que, partiendo de las entrañas del capitalismo liberal, se adentra en la “tierra extraña” del socialismo real y desafía a la “casa paterna” de Occidente, incluso en el plano bélico hasta alcanzar el status nuclear denominado MAD: mutual assured destruction.

El fracaso del experimento comunista – de la aventura del hijo de Occidente en el “lejano Este” – no pudo sino provocar dos fenómenos concomitantes: el retroceso del eurocomunismo y el repliegue de las social-democracias a la casa paterna del capitalismo. Si, en los tiempos de auge del socialismo real, los social-demócratas creían que era políticamente posible acceder a un socialismo auténtico, no autoritario y respetuoso del orden constitucional de lo que hoy es la Comunidad Europea, en la actualidad sus afanes por instaurar alguna especie de socialismo se han diluido hasta casi desaparecer: en el gobierno o en la oposición, los social demócratas han renunciado, muchas veces explícitamente, a intentar abolir o incluso a limitar la propiedad privada de los medios de producción, a la reforma agraria y a la intervención del Estado en áreas que los conservadores y liberales reservan a los mercados.

Los socialistas, democráticos o no, han adquirido una certeza en su larga marcha por los caminos de la política – sobre todo de la política económica – y esa es que el sistema capitalista se adapta mejor a la naturaleza humana que el socialismo y que, por lo tanto, como dijera Gianfranco Pasquino, la misión de las social-democracias “no es otra que vigilar que los mercados no cometan abusos”.

Y ¿cómo ha sido recibido el hijo pródigo del socialismo por el padre capitalista, liberal y democrático? Creo que con enorme satisfacción: las social-democracias son los mejores intérpretes del rol de oposición que pudieron jamás imaginar. Incluso, cuando el humor de las masas les otorga el papel de gobernantes a los social-demócratas, éstos representan con un talento actoral, que no se sospechaba en el siglo XX, el guión del progresismo banal en sus más variadas versiones: ecologismo, feminismo, orgullo gay, idioma inclusivo, etc, etc.

Ahora bien: ¿es aplicable a la Argentina la Parábola del Hijo Pródigo en el mismo sentido en que puede interpretarse en el pluriverso internacional? Seguramente no: nuestro país es una verdadera anomalía si comparamos su historia reciente con los sucesos que se han venido produciendo más allá de sus fronteras. Sin embargo, el esfuerzo de intentarlo aunque adaptando la Parábola a nuestras peculiaridades como Nación, puede valer la pena. Veamos pues.



El Hijo Pródigo argentino.



Los protagonistas de la Parábola del Hijo Pródigo – versión autóctona- son tres como en el original de San Lucas a saber:

1) No resulta antojadizo identificar al Padre con el régimen conservador – la Generación de 1880, que le dicen – basado en una concepción liberal y a la vez elitista, patriarcal, y sustentado en la feracidad de la Pampa Húmeda.

2) Este régimen engendró dos hijos: el mayor el Radicalismo; el menor el Peronismo. Aquí es preciso introducir una variante respecto de la Parábola original de San Lucas: el Radicalismo no obedeció ciegamente los mandatos del orden conservador. El impacto inmigratorio de fines del siglo XIX y principios del XX, le proporcionó a este vástago político del liberalismo conservador la base social para intentar, incluso haciendo uso de métodos violentos, (Revolución del Parque de 1890; Revolución de 1893; Revolución de 1905) reemplazar al patriarca aunque aceptando la normativa constitucional propia del período de Organización Nacional. Hipólito Irigoyen fue quien ocupó en 1916 el lugar reservado al patriarca. ¿Se aventuró el Radicalismo yrigoyenista por tierras extrañas? ¿Corrió riesgos derivados de incertidumbres sobre los fundamentos de la estructura económica y social de la República? La respuesta no puede ser sino negativa. Tanto esto es así que con el Alvearismo advino una especie de restauración del orden conservador que sólo fue alterado por la crisis mundial de 1929-1930.

Las fuertes turbulencias que afectaron a nuestro país por causa de dicha crisis, generaron, a la postre, un cambio fundamental del paradigma procedente del orden conservador que debió acudir al golpe militar para restaurar aquello que no podía resolverse por la vía democrática. Una vez que el “orden del padre” tuvo conciencia de que las urnas no le devolverían la primacía política, se instauró en la Argentina una Constitución “de fgcto” conforme con la cual la alternancia entre gobiernos elegidos democráticamente y los surgidos de golpes militares “restauradores del orden”, resultaba legítima y políticamente viable.

La Revolución del 6 de septiembre de 1930 encabezada por el general José Félix Uriburu, puede juzgarse como un intento del Padre para recuperar la autoridad puesta en peligro por el Hijo Mayor. Si la crisis mundial de 1930 puede considerarse el pretexto ideal para la restauración del orden conservador, los excesos ideológicos de Uriburu y su camarilla estimulados por los movimientos de corte fascista y corporativista que surgían en Europa no alcanzaron a disimular que fue Enrique Simón Pérez a quien Uriburu confió el manejo de la economía el artífice de la restauración más contundente de la influencia política de los grandes terratenientes de la Pampa Húmeda. El año y medio corrido entre el golpe de septiembre y la entrega del mando al general Agustín P. Justo, demostró que la restauración del orden conservador necesitaba de una fuerte apoyatura represiva por lo cual resultó evidente que el justismo advino al poder presidencial para mitigar, y de esa manera hacer más llevadero, el autoritarismo inherente al hecho militar como sustento del poder político.

3) Al Hijo Mayor, representado en nuestro relato por el Radicalismo, podría adjudicársele un rasgo que, si es demasiado patente, deviene necesariamente en una patología política: la de padecer una doble personalidad o trastorno de identidad disociativo, algo que también se podría diagnosticar en el caso del Hermano Menor: el Peronismo.

El Hijo Mayor – que nunca alcanzó a abandonar la casa paterna – exhibió a lo largo de muchas décadas dos personalidades bien distintas: la del Yrigoyenismo – o personalismo – y la del Alvearismo – o anti-personalismo. Si se analizan los sucesos políticos acaecidos a posteriori del golpe de Uriburu, se puede ver con claridad que el carácter antipersonalista se avenía con el orden paterno de manera tal que en 1932 con la elección de Agustín P. Justo a la Presidencia de la República se puso de manifiesto la Concordancia entre el alvearismo y el Ejército que aparecía como el más firme sostén de dicho orden.

4) El Hijo Menor -el Pródigo- es el Peronismo nacido en el tan complicado contexto del golpe militar del 4 de junio de 1943. Los generales Rawson, Ramírez y Farrell y el GOU es probable que sólo coincidieran en una convicción: acabar con el fraude patriótico al que la República estaba condenada si el régimen conservador pretendía evitar la ingerencia militar en los procesos políticos.

Desde el punto de vista de la situación internacional, la irrupción de 1943 estuvo condicionada por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Entre los líderes de esa “revolución” había aliadófilos, simpatizantes con el Eje y pragmáticos que postulaban la neutralidad argentina con el fin de sostener las exportaciones de alimentos a Gran Bretaña. La declaración de guerra a Alemania y Japón decidida por Farrell en fecha tan tardía como enero de 1944, no impidió que el gran triunfador de la más universal de las guerras – los EEUU – consideraran que nuestro país había resultado un aliado vergonzante del Eje por lo que se implantó un bloqueo con alcances políticos y económicos que continuó durante el primer gobierno de Perón.

Fue en estas circunstancias que el 17 de Octubre de 1945 germinó el Peronismo, el Hijo Menor -cronológicamente hablando – que sí se aventuró en tierras extrañas, no sin antes desafiar el orden paterno e incorporar al proletariado a la vida democrática así como el Hijo Mayor, a partir de la Ley Sáenz Peña , había abierto las vías para que la nueva clase media proveniente de la masiva inmigración europea votase obligatoriamente amparada por el secreto del cuarto oscuro.

No es del caso de referirnos ahora a las transformaciones ocurridas durante los dos primeros mandatos del General Perón. Pero lo cierto es que tanto el Padre – “el antiguo régimen” – como el Hijo Mayor – los radicales - decidieron en 1955 que ya era suficiente y optaron por el golpe militar que debía restaurar los deteriorados muros del orden pre-peronista. La llamada “Revolución Libertadora” fue el antecedente necesario del “Proceso de Reorganización Nacional” que en marzo de 1976 acabó con otro gobierno peronista.

El Hijo Menor exhibió un comportamiento que podríamos llamar díscolo durante el período 1946-1955. La incorporación de los asalariados al mercado de consumo y la promoción de la CGT a la lista de factores de poder operantes en la Argentina, no podía sino despertar grandes inquietudes tanto en el Padre como en el Hijo Mayor. Sin embargo, de ninguna manera puede afirmarse que el orden capitalista hubiese sido ni amenazado ni puesto en riesgo. Y a partir de 1952, como está sucediendo ahora con Sergio Massa en su nuevo rol de Superministro, el que luego sería el Hijo Pródigo, morigeró su actitud intervencionista y abrió las puertas a la inversión extranjera en materia de petróleo y otras actividades en la economía real. Significativamente fue en esta etapa cuando el Padre y el Hijo Mayor decidieron recurrir al golpe militar.

El regreso del General Perón al país y, luego del interregno camporista, al gobierno de la República, fue el comienzo de la experiencia que conduciría al abandono de la paterna heredad por el Hijo Menor que “se aventuró en tierras extrañas”: las de la lucha armada. El antiguo régimen vernáculo, al recurrir otra vez a la proscripción del Peronismo impidiéndole concursar en el certamen democrático, había cometido el enorme error de otorgar al Hijo Menor el argumento con el cual alcanzó a incorporar a sus designios a la masa asalariada: los jornaleros de la Parábola. El regreso del General y su habilitación para competir en las lides democráticas, se convirtieron en demandas legítimas que abrieron las puertas, ante las sucesivas negativas del Padre, apoyado en esto sin retaceos por el Hijo Mayor, a la decisión del futuro Pródigo de abandonar la paterna heredad y adscribir a las armas ya no solamente para forzar el regreso a la patria de Perón, sino también para atentar contra los pilares económicos y jurídicos que sostenían lo que fuera la casa común.

Con el paso del tiempo, la reflexión analítica sobre el surgimiento de la “subversión armada” en la Argentina, dio lugar a un proceso exegético que no pudo sino plantearse un interrogante crucial: ¿qué hay en la estructura económica y social que impidió el normal funcionamiento del capitalismo democrático en la República? Lo que equivale a preguntarse – en términos de la Parábola – por qué el Padre, ni aun con el apoyo del Hijo Mayor, debió recurrir en 1955, 1962, 1966 y 1976 a la vía del golpe militar para administrar una Nación a la que en tiempos del Centenario se la consideraba como un modelo digno de imitación por parte de otros países con similares dotaciones de recursos humanos y materiales.

Lo cierto fue que el Hijo Menor, apartado con violencia de la participación en el gobierno de la heredad, decidió recurrir, él también, a las armas como medio de recuperar la parte del poder que consideraba le pertenecía por derecho propio. El hito que señaló el abandono – que pareció definitivo - del orden paterno fue el asesinato llevado a cabo por Montoneros del general Pedro Eugenio Aramburu el 1º de junio de 1970, cuando la Argentina estaba gobernada por el general Juan Carlos Onganía.

Los historiadores más serios de este período de nuestra historia, coinciden en interpretar que, en primer lugar, los Montoneros estaban lejos de representar a todo el Movimiento Peronista. Lo cual es cierto pero no suficiente pues la estrategia del General Perón, líder indiscutido del Movimiento, otorgó a la organización armada una legitimidad de origen que sirvió para esterilizar políticamente las antinomias existentes dentro del Peronismo entre las que se ha destacado la oposición entre “Patria Sindical y Patria Socialista”. Para avalar esta tesis, basta recordar los asesinatos de Augusto Timoteo Vandor (30 de junio de 1969); José Alonso (27 de agosto de 1970) José Rucci (25 de septiembre de 1973) y Rogelio Coria (22 de marzo de 1974) además de muchos otros de menor jerarquía en la dirigencia sindical. Los asesinatos y atentados contra líderes sindicales fueron explicados como consecuencia de que ellos formaban parte de un factor de poder que operaba como un impedimento para que la clase trabajadora asumiera un rol preponderante en la revolución que culminaría si no con la instauración de la dictadura del proletariado, por lo menos como el fundamento del socialismo nacional. Para quienes sustentaban este postulado, la CGT funcionaba como un sostén del capitalismo vernáculo al impedir la toma de conciencia revolucionaria de los asalariados, explotados por definición dogmática.

Cuando el Hijo Menor hizo abandono del orden patriarcal levantando la bandera de la rehabilitación in totum del General Perón, se encontró con un cuadro ideológico que iba mucho más allá de la reivindicación de un liderazgo popular como el ejercido por el General. La implantación del socialismo en las naciones latinoamericanas debía ser el objetivo final de la lucha armada, tal como lo profesaba la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Y los Montoneros admitieron esta “superación” de sus objetivos políticos originales hasta el punto de exponer un programa que incluía “controlar la economía, expulsar a los monopolios, disolver los compromisos contraídos con el imperialismo a espaldas del pueblo, frenar la sangría de recursos que se vuelcan al exterior, expropiar a la oligarquía industrial y ganadera, regular la participación de la mediana empresa en el desarrollo nacional, proteger al pequeño productor…”

Esta síntesis de la ideología montonera, autoriza a plantearse – como lo hicieron algunos analistas de la organización – si los Montoneros adscribían a un programa realmente revolucionario – como el del Castrismo, por ejemplo – o, en cambio eran meros reformistas que no postulaban la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, sino que sólo pretendían terminar con los abusos del capitalismo monopólico.

Las peripecias que condujeron al golpe militar de marzo de 1976, los atentados terroristas perpetrados por los Montoneros y las organizaciones armadas que operaron conjunta o separadamente con ellos; los enfrentamientos con las FFAA y organismos de seguridad a las órdenes de Videla, Massera y Agosti, hasta la derrota final de la guerrilla y la “restauración” democrática de 1983 que encumbró al Hermano Mayor – el radicalismo versión Raúl Alfonsín – han sido objeto de numerosos estudios, algunos de ellos realmente valiosos. Pero nuestro interés en el contexto de este ensayo, es el de explicar cómo se produjo y qué consecuencias tuvo el regreso del Hijo Menor – el Pródigo – a la casa del Padre luego de la frustrada experiencia en las tierras extrañas de la lucha armada de lo cual se hará una necesariamente sintética relación en el apartado siguiente.



El regreso del Hijo Pródigo.



El Hijo Menor que no solamente había fracasado al abrazar la lucha armada sino que, además, las consignas ideológicas que presuntamente la justificaban habían sido refutadas por la orientación de los procesos políticos internacionales máxime después de la caída del Muro de Berlín y la implantación en China del “desarrollismo” de Deng Xiao Ping. Sólo quedaba por averiguar si del naufragio irreversible del socialismo nacional era posible rescatar un paradigma político-electoral que le permitiese al Pródigo asimilarse a un tipo de social-democracia adaptado a la estructura económica y social de la Argentina. Debe tenerse presente que esa posición había sido ocupada por la UCR de la mano de Raúl Alfonsín lo cual, unido al juicio a los responsables militares de la dictadura instaurada en 1976, otorgaba cierta apariencia de una actualización ideológica del Hijo Mayor.

Por su parte el Peronismo retornó a la Casa Rosada de la mano de Carlos Menem. No es posible imaginar un arrepentimiento más notorio del Hijo Menor que el ejercicio del poder institucional por parte del noventismo o sea lo actuado por el Pródigo en el curso de sus dos períodos de gobierno.

Si bien es cierto que a los dos años de ejercicio del “Menemato” – título de un libro publicado en 1991 por Atilio Borón, Claudio Lozano y Roberto Feletti, entre otros - algunos peronistas comenzaron a criticar duramente la gestión de Carlos Menem, estos tempranos opositores al “neoliberalismo justicialista” no fueron muchos ni sus alegatos convincentes por lo cual resulta correcto sostener que el Hijo Menor recorrió el camino a Canosa sin demasiados tropiezos. Sobre todo después de que Domingo Cavallo y la convertibilidad – un peso, un dólar- alejara el fantasma de la hiperinflación que realmente era el motor que alimentaba la angustia de casi todos los argentinos.

El fracaso del Hermano Mayor en la gestión de la política económica, facilitó, indudablemente, la conversión del Hijo Pródigo. Si la UCR no había conseguido demostrar su capacidad para componer un artefacto democrático que funcionara a la vez como un reemplazo eficiente del Padre, sometido éste a la necesidad de recurrir al golpe militar a causa de las carencias electorales históricamente comprobadas, y si además, hubiese tenido la aptitud para mantener a raya al Hermano Menor lo que le permitiría llevar adelante una política económica medianamente satisfactoria para la clase media urbana, el tránsito del Setentismo socializante al Noventismo neoliberal del Peronismo puede explicarse - como de hecho lo fue – como una actualización doctrinaria que, aunque traumática en más de un sentido, podía llevarse a cabo sin poner en peligro la gobernabilidad de la República.

Entonces ¿en qué consistió la reivindicación por parte del Hijo Pródigo del orden proveniente del régimen liberal y conservador a la vez? En los años Noventa, prácticamente lo único que había perdurado de la confrontación entre el capitalismo democrático y el “socialismo real” era una cuestión de escala a saber: “cuál debía ser la cantidad de Estado necesaria para preservar el orden público y garantizar la producción de bienes y servicios”. El menemismo se dedicó precisamente a este asunto a través de su exitosa política de privatizaciones, desregulaciones y apertura de la economía, todo esto a partir del bloqueo al proceso inflacionario mediante el mecanismo de la convertibilidad. No era el “Estado mínimo” de Martínez de Hoz pero se le parecía bastante. Si a ello agregamos la reconciliación con el Hermano Mayor, - Pacto de Olivos y Reforma de la Constitución (1994) mediante -es correcto suponer que el Hijo Pródigo había aprendido que sus andanzas por “tierras extrañas” debían quedar irremisiblemente en el pasado.

Una decisión significativa fue sin duda la que procuró acabar definitivamente con las consecuencias políticas del enfrentamiento entre la guerrilla montonera y las FFAA que asumieron la represión en el marco del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976: los indultos decretados por Menem en octubre de 1989 y diciembre de 1990.

Si bien Raúl Alfonsín apuntó en la misma dirección a través del dictado de las leyes de “Obediencia Debida” (1986) y de “Punto Final” (1987) – leyes que fueron derogadas en 2003- dichas normas sólo pretendían abarcar los excesos de la dictadura que, según los críticos más acerbos de la actuación de las FFAA a partir del golpe de 1976 constituían un caso neto de terrorismo de Estado. Los indultos decretados por Menem, si bien en lo esencial apuntaban en la misma dirección, comprendían a otras personas, tal como lo demuestra el Decreto 1.003/89 que indultó a líderes de grupos guerrilleros y a otros personajes condenados o procesados por haber participado en actividades subversivas. Mario Eduardo Firmenich fue, a su vez, indultado por el Decreto N1 2742/90.

No obstante que estos indultos fueron declarados inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia el 31 de agosto de 2010, lo que nos interesa destacar es la voluntad política del gobierno peronista de Menem en el sentido de dar por terminada la etapa histórica iniciada en 1973 con el retorno del General Perón a la Argentina. La modernización neoconservadora – como algunos denominaron al intento de “actualizar” la doctrina peronista por parte del menemismo noventista – hizo que se convirtiera en un dicho popular aquello de “Te quedaste en el 45 hermano”.

Las consecuencias negativas que la modernización de Menem y Cavallo, provocaron que la experiencia neoconservadora continuada en el período en el que gobernó la versión “anti-alfonsinista” de la UCR encarnada en Fernando De la Rua – con el aporte de Domingo Cavallo otra vez al frente del Ministerio de Economía – culminara en la muy grave crisis de gobernabilidad de fines de 2001. Crisis que, plena de sucesos a la vez curiosos y controversiales, permitió el acceso de Nestor Kirchner en el 2003 a la Presidencia de la República.



El kirchnerismo y la ocupación de la posición de izquierda por el PJ.



Tal vez el efecto más trascendente y perdurable del acceso de los Kirchner al poder, haya sido la ocupación de la posición de izquierda en el arco electoral por parte del PJ el cual, conjuntamente con la mayoría de los sindicatos nucleados en la CGT se consideran parte integrante del movimiento peronista. Este posicionamiento, por ser el producto de una manipulación política evidente dados los contradictorios antecedentes del kirchnerismo en Santa Cruz, puede considerarse como la consolidación de la democracia posicional en la Argentina, es decir de la sustitución de la ideología como medio de justificar la diferenciación electoral por el oportunismo – u ocasionalismo – que consiste en ubicarse en alguna de las posiciones políticas posibles dada la estructura socio-económica de cada país.

Este posicionamiento del kirchnerismo de cara a la elección presidencial de 2003, fue el producto de una inteligente operación política que consistió en desplegar las banderas de la defensa de los derechos humanos conculcados por la dictadura militar impuesta en 1976 con las lógicas “externalidades” que esto implica. Como la represión desatada por las FFAA fue sistemática y sumamente violenta, la repulsa a dicha dictadura se expandió vastamente en la sociedad argentina de manera tal que el kirchnerismo pudo capitalizar ese rechazo exponiéndose, tardíamente por cierto, como el sector político más afín a las organizaciones sociales dedicadas a promover el procesamiento y condena de los responsables de lo que se denominó terrorismo de estado.

Por otra parte, el kirchnerismo consiguió otro éxito político significativo: como el plan económico de la dictadura encarnado en José Alfredo Martínez de Hoz se pudo asimilar a la política neoconservadora llevada a cabo durante las presidencias de Menem, el gobierno instalado en 2003 logró elaborar un artilugio muy favorable a su posicionamiento a la izquierda al unir las condenas frontales a la dictadura instalada en 1976 a una crítica contundente de la política económica practicada por el menemismo a la que se denunció como antinacional y antipopular. El efecto colateral de esta postura fue la reivindicación de los “ideales” de la juventud afín al montonerismo y la captación automática de sectores medios “progresistas”.

La consecuencia principal que puede asignarse a la instalación del kirchnerismo – la novedosa personalidad del Hijo Menor – es que lo experimentado en la aventura montonera dejó de ser un penoso recuerdo para la mayor parte de la clase media urbana para reimplantarse como una opción electoralmente potente en los procesos políticos argentinos.

La importancia de este hecho indiscutible es que, a partir de allí, se definieron las otras dos posiciones, la de derecha y la de centro. Es correcto afirmar que el centrismo fue ocupado por la UCR puesto que no fue absorbida por el Frente para la Victoria – designación del frente electoral hegemonizado por el PJ y partidos de la izquierda clásica como el comunista, el minúsculo Partido Intransigente, el autodenominado Frente Grande y desprendimientos muy menores del radicalismo y del socialismo.

En cuanto a la posición de derecha, vacante desde el ascenso de Nestor Kirchner a la Presidencia, como es sabido fue ocupada por el macrismo, hecho éste del que ya nos hemos ocupado antes. Lo que permitió que en el 2015 la derecha ocasionalista llegara a la Casa Rosada fue la alianza del Padre (el círculo rojo del empresariado) con el Hijo Mayor – la UCR – a lo que hay que agregar la dosis necesaria de progresismoi banal aportada por Elisa Carrió y sus jóvenes adláteres.

La posición de centro fue asediada por el kirchnerismo hasta lograr que Julio Cobos compartiera la fórmula presidencial con CFK en 2007 – el mayor éxito de la transversalidad hasta el voto “no positivo” de Cobos en el caso de las retenciones a las exportaciones agrarias- aunque nunca se concretó un gobierno de coalición pues el anti-peronismo raigal de la dirigencia de la UCR no podía compatibilizarse con la contención del peronismo dentro de la organización del FpV monopolizada por el kirchnerismo.

El centrismo es una posición inestable. En principio puede definirse más como una actitud que como una idea con algún contenido específico acerca de la política, la economía y la sociedad. Si existe una nota común a todos los centrismos conocidos, es el apego sin matices a la legalidad constitucional. En este sentido, opera como un indicador de cuánto se apartan las derechas y las izquierdas del legalismo a ultranza para perseguir y conseguir sus objetivos específicos. Por este motivo, cuando se debilitan las otras dos posiciones, tanto la derecha como la izquierda buscan complementarse con el centro político dando así lugar al nacimiento de formaciones de centro-derecha y centro-izquierda. La moderación, un progresismo mitigado y en el fondo una apuesta por la conservación del statu quo suelen estar presentes cuando el centro logra insertarse en una coalición de gobierno.

En nuestro país, ha sido el partido radical el ocupante por más tiempo del centro político. Surgió del colapso de 1955 como la oposición legítimamente republicana frente a los excesos atribuidos a los gobiernos peronistas a los que no se vaciló en calificar de populistas, es decir basados en una relación carismática entre el líder y las masas, sobrepasando de muchas maneras las formalidades jurídicas e institucionales prescriptas por la Constitución conforme con cuyas normas Perón llegó a la Presidencia. El mismo intento de sancionar una reforma constitucional amplia en 1949 fue tachado de ilegitimidad y, como tal, derogada por la “Revolución Libertadora” que la sustituyó en 1957 mediante la convocatoria a una asamblea constituyente que excluyó al peronismo cuyos partidarios votaron masivamente en blanco. Como resultado atípico de este frustrado designio de imponer una constitución a partir de la proscripción de una muy probable mayoría ciudadana, quedó consagrado el Artículo 14 bis sobre derechos de los trabajadores que ha conservado su vigencia –teórica por cierto- hasta la actualidad y después de la reforma de 1994.

Además del rol de defensores del republicanismo frente al populismo peronista, los radicales reforzaron su posición centrista actuando como morigeradores del gobierno militar instaurado en 1955. La división de la UCR en ocasión del intento de reforma constitucional de 1957 en dos fracciones, una, la UCR del Pueblo liderada por Ricardo Balbín frontalmente antiperonista y la otra la UCR Intransigente encabezada por Arturo Frondizi favorable a un entendimiento electoral con Perón, exiliado en España. Ambos fragmentos contribuyeron a cimentar, a pesar de su aparente contradicción, la opinión pública en el sentido de que el radicalismo era el custodio más confiable de la legitimidad política basada en la legalidad constitucional, si se obvia la contradicción ínsita en las sucesivas proscripciones electorales del peronismo.

Cuando emergió el kirchnerismo como titular de la posición de izquierda, la UCR cuyo candidato Fernando de la Rúa había sido obligado – de diversas maneras, por cierto- a renunciar a fines de 2001, con él naufragó el ala derecha del partido que se había impuesto al alfonsinismo tiempo atrás. La UCR que ocupó el centro a partir del primer gobierno de los Kirchner, era un partido derrotado: Leopoldo Moreau, su candidato, cosechó en la primera vuelta de la elección presidencial del 27 de abril de 2003, un 2,34% del total de votos emitidos. El radicalismo se recompuso parcialmente en las legislativas de 2005 en los que alcanzó un 16,43% de los votos aunque, comparados con el 41% del FpV aun resultaba un caudal escaso como para intentar en la presidencial de 2007 otra aventura electoral en soledad.

El radicalismo apoyó en la presidencial de 2007 a un abigarrado frente electoral encabezado por la fórmula Roberto Lavagna-Gerardo Morales, un compositum en el que convivieron fugazmente radicales y peronistas duhaldistas que se llamó “Una Nación Avanzada” y que cosechó casi el 17% de los votos emitidos muy por debajo de CFK cercana al 46% y de la Coalición Cívica-ARI el engendro ideado por Elisa Carrió que se ubicó segunda en el ranking electoral.

Si nos hemos detenido en pasar revista a los resultados de estas elecciones, es porque, bien leídos, demuestran la profunda desideologización de los partidos argentinos y las dificultades para posicionarse con alguna nitidez ante las consultas a los votantes. La lectura de estos vaivenes de los partidos y de los candidatos, nos enseña que más allá de ciertas afinidades superficiales los partidos y los candidatos más votados se juntan y separan por razones de índole oportunista.

En cuanto al peronismo, más allá de la captación por el kirchnerismo de las estructuras del PJ, presentaba en esos años un aspecto coloidal que aun hoy se puede percibir. En poco más de diez años había completado el tránsito desde la posición de derecha basada en Menem y el plan Cavallo, hasta la posición de izquierda, antiliberal, fuertemente intervencionista en materia de economía y reivindicatoria de los “setenta” por oposición a los “noventa”. Por fuera del kirchnerismo, en 2003 –además de la alianza entre Menem y la UCD ratificatoria del avatar liberal del peronismo – se presentó Adolfo Rodríguez Saá que alcanzó un 14,11% de los votos, no tan distante del 22,24% de Néstor Kirchner. En las legislativas de 2005, por fuera del FpV compitió el peronismo disidente que obtuvo el 11,10% de los sufragios emitidos. Y en la presidencial de 2007, además del duhaldismo aliado de Roberto Lavagna, Alberto Rodríguez Saá consiguió casi un 8% de los votos.

Más allá de las caracterizaciones en que abunda el antiperonismo visceral, común a muchos políticos profesionales y comunicadores sociales, sólo pueden considerarse dos aportes del peronismo a los procesos políticos/electorales argentinos: la identificación del sindicalismo como parte del movimiento iniciado por Perón en la década de 1940 y la flexibilidad del PJ para ocupar alternativamente las posiciones de derecha y de izquierda en el arco electoral sin que ello produzca una verdadera amenaza de extinción como fuerza gravitante en los gobiernos de la República.



Las incertidumbres que nos trajo el kirchnerismo o cómo el Hijo Pródigo no aprendió nada en su excursión por tierras extrañas.



Descontado el prontamente abortado intento del Padre, en conjunto con el Hijo Mayor radical, para retomar el control de la heredad – nos referimos obviamente al interregno macrista – el Peronismo abandonó la edad del arrepentimiento que significó el noventismo menemista y retomó, vestido con el ropaje kirchnerista, muchas de las consignas del setentismo. Hasta el deceso de Nestor Kirchner, primó una política de acumulación de poder a costa del PJ territorial, de la CGT y de la co-optación del empresariado “nacional” sobre todo del ligado a la obra pública.

El problema no resuelto hasta el día de hoy, es que el kirchnerismo ha sido y es ajeno a los más poderosos factores de poder que componen el polo hegemónico del sistema establecido: bancos, grandes industrias y centros comerciales, productores agrarios y cerealeras, aparatos mediáticos, etc, etc. Es por ello que ha tenido que recurrir a personajes como Cristóbal López, Lázaro Baez, Ruddy Ulloa y otros pseudo-empresarios para establecer relaciones provechosas entre “sectores privados” y funcionarios ubicados en áreas donde abundan los fondos presupuestarios entre los que se destacan los asignados a la obra pública. En estas condiciones innatas, el kirchnerismo era imposible que evitara constituirse en el más importante y aparente sujeto de prácticas corruptas de que se tenga memoria en el país.

Esta situación obligó indefectiblemente al régimen K a buscar apoyos significativos fuera del polo hegemónico del sistema. El factor de poder más acorde con la ocupación de la posición de izquierda del arco político es, fuera de toda duda, el sindicalismo peronista. Pero dentro de la estructura tradicional de la CGT sólo un sector – y no el mayoritario – se comprometió a alinearse con firmeza a los gobiernos kirchneristas. Sólo el moyanismo y sus seguidores menos poderosos lo hicieron. Es por este déficit con el que los K pasaron de gobernar Santa Cruz a hacerse con la Presidencia de la República que debieron obligadamente resucitar las consignas setentistas, ubicar en cargos de alta responsabilidad funcional en el Estado a ex-montoneros, hijos de desaparecidos y a recurrir a una organización que proveyera de cuadros burocráticos – “La Cámpora” – a fin de cubrir la vastedad de un aparato institucional al que, lógicamente, buscaron agrandar a fin no sólo de brindar puestos bien pagos a la militancia sino también de establecer los vínculos necesarios con los sectores del empresariado dispuestos a hacer buenos negocios con la muchachada camporista.

Ahora bien; si el intento de relacionarse con provecho mutuo para el kirchnerismo y los empresarios afines cosechó un relativo éxito, el relacionamiento exterior del modelo resultó a todas luces insatisfactorio: ni Venezuela, ni Cuba, ni Irán, son buenas cartas de presentación para hacer negocios con los países donde el capitalismo democrático funcionaba establemente. Y en cuanto a la China de Xing Ping y la Rusia de Vladimir Putin está claro que aun antes de la guerra de Ucrania, tenían otras prioridades, máxime cuando el kirchnerismo, sobre todo a partir de la versión “cristinista” del 2011, mostraba a quienes estaban en condiciones de analizarlo objetivamente, las serias deficiencia y contradicciones que condujeron a la derrota de 2015.

La verdadera crisis del régimen K, tuvo comienzos en 2008 con el conflicto con el sector agropecuario sobre la cuestión de las retenciones a la exportación de granos y, sobre todo, a la de soja (Resolución N.º 125) que originó el “voto no positivo” de Julio Cobos y significó el final anunciado del transversalismo que consistía en una alianza con sectores radicales de abolengo alfonsinista. El duro enfrentamiento con el campo puso en evidencia la nula influencia del kirchnerismo tanto en lo que respecta a las organizaciones de productores agrarios – la “Mesa de Enlace “ - como con las cerealeras, en su casi totalidad firmas extranjeras que obtenían pingües ganancias operando en el comercio exterior de la producción agraria y que, además, participaban en la formación de los precios de lo exportado. La única empresa “nacional” era Vicentín y ya se sabe lo ocurrido con ella luego del fallido intento del Gobierno de “nacionalizarla” . La cuestión, por otra parte, es de una gravedad económica y política imposible de ignorar puesto que de la exportación de cereales y principalmente de soja depende el monto de las reservas de divisas del BCRA.

No ha sido un ríspido opositor al kirchnerismo quien describió con exactitud el fracaso del “tercer kirchnerismo”- el inaugurado en 2011 – sino Matías Kulfas quien designó a este período como el que condujo “de la profundización del modelo al estancamiento”. (Ver “Los tres kirchnerismos” Ed. Siglo XXI. Bs. As. 2016. Pǵs. 157 y ss) En este capítulo Kulfas pasa revista a los fracasos del gobierno de CFK en lo que hace al proceso inflacionario, el déficit fiscal, el régimen cambiario, la política energética e industrial y la insuficiencia y los riesgos de la política social llevada a cabo hasta el 2015.

Una lectura atenta de lo sucedido en esos cuatro años, deja bien a las claras que hasta el incremento del volumen y de la actividad económica del Estado resultó fallida debido, en lo fundamental, a la alienidad del kirchnerismo respecto de los factores de poder constitutivos del polo hegemónico del sistema. En otras palabras: el gobierno de CFK nunca dispuso del poder político necesario para interferir en las decisiones más trascendentes que hacen a la orientación del sector financiero y de la economía real. Es posible descubrir a poco que se analice con detenimiento y sin prejuicios lo actuado por el cristinismo en este período – algo muy parecido sucedió bajo la Presidencia de Alberto Fernández – la enorme distancia existente entre las consignas pseudo- ideológicas ínsitas en el discurso oficial y la realidad tanto en lo que se refiere al espacio institucional como en lo atinente a la conducción y el control de los procesos sociales derivados de los conflictos de intereses sectoriales, .conflictos muchas veces estimulados por la mala praxis gubernamental.

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La necesariamente breve relación de los más significativos aspectos que presenta el ciclo kirchnerista, es útil para el planteo que intenta establecer cuáles son las incertidumbres que nos deja a los argentinos el Hijo Menor con su regreso a la casa del Padre luego del fracaso de la lucha armada y de la demostración de la inanidad de la idea de implantar algún tipo de socialismo en nuestro país. Como se verá, dichas incertidumbres conllevan muy altos riesgos para la sociedad nacional y, en particular, para la estabilidad institucional de la República.

Es probable que la perduración de las profundas y extensas dudas que se manifiestan respecto de nuestro futuro como Nación, se deban en primer lugar al déficit cognitivo que afecta a la clase de políticos profesionales que ha asumido la conducción de las organizaciones partidarias y, muy especialmente, del Partido Justicialista. Los procesos que conducen a errores graves de apreciación de la realidad en los grupos sociales y, sobre todo, los que afectan a las dirigencias de esos grupos, son particularmente difíciles de explicar. Esto es así por la sencilla razón de que las élites económicas, sociales y políticas, se supone que disponen de fuentes de información privilegiadas a las cuales no suelen acceder los ciudadanos de a pie. Sin embargo los yerros en que han incurrido los situados en puestos de conducción en empresas, ejércitos y partidos políticos tanto ejerciendo la función de gobierno como de oposición, han sido una constante en la historia de las naciones.

En el caso específico del kirchnerismo – y de otros aspirantes a ocupar la posición de izquierda en el arco político argentino – el crepúsculo ideológico que siguió a la implosión del régimen soviético, si bien por un lado favoreció el oportunismo de los políticos, por otro produjo un efecto negativo en lo que se refiere a la cohesión de los programas de gobierno estimulando la formación de compuestos de ideas muchas veces contradictorias entre sí. En el caso del ciclo dominado por la influencia kirchnerista, como hemos visto, se produjo una simbiosis entre las consignas vinculadas a los derechos humanos conculcados por la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 y las denuncias al neo-conservadorismo cultivado tanto por Martínez de Hoz como por el noventismo menemista. El elemento relativo a los derechos humanos si bien fue sostenido hasta extremos inconvenientes como en lo referido a la tolerancia para con el piqueterismo, por otro lado exhibió una contradicción al parecer insoluble: el agravamiento constante de la criminalidad, organizada o no, cuya expresión más evidente es la expansión del narcotráfico y la proliferación de una delincuencia a él vinculado, tal como se advierte con claridad en la situación que se vive en la ciudad de Rosario.

Por otro lado, el compost oportunista ha cobijado un incremento de los actos de corrupción que vinculan a la alta burocracia del régimen K con sectores bien identificados del empresariado “nacional” y también “multinacional” como en los casos de Skanska y Odebrecht. Estas circunstancias han obligado al cristinismo a propugnar la profundización del modelo (?) lo cual produjo dos efectos bien diferenciados. Por un lado permitió justificar el intervencionismo estatal y la consiguiente hipertrofia del Estado y por otro impulsó a algunos personajes destacados del régimen – tal el caso de Axel Kicillof y de varios dirigentes de “La Cámpora” entre otros– a plantear la necesidad de establecer políticas análogas al “socialismo” de inspiración chavista.

El error básico del kirchnerismo se genera en una sorprendente ignorancia del significado de la globalización y del irreversible atraso cognitivo de los gobiernos que no han advertido la índole de las transformaciones políticas derivadas del multilateralismo, instrumento imprescindible de la globalización financiera que constituye el núcleo central del proceso en curso. Por otra parte, la experiencia sociológica nos señala claramente que la propiedad privada y su libre uso y goce es algo inherente a la personalidad del ser humano por lo que no existen en la actualidad atractivos ideológicos que pudiesen motivar una voluntaria atribución al Estado otorgándole una ingerencia decisiva sobre los bienes consumibles destinados a satisfacer las necesidades primarias y secundarias – culturales – como asimismo sobre el conjunto de medios necesarios para la producción de bienes y servicios en condiciones de libre competencia. Esto sin desconocer la potestad del Estado para prevenir y controlar a monopolios, oligopolios y monopsonios.

De este desconocimiento de la realidad social deriva la equívoca política del régimen K en lo que hace a las relaciones internacionales. La Argentina, como se sabe, ha fracasado cuando intentó poner en práctica una política de sustitución de importaciones y padece de una severa patología que le impide el normal desenvolvimiento de su economía y el aprovechamiento integral de sus recursos naturales: la llamada restricción externa que obliga a los sucesivos gobiernos a recurrir al endeudamiento en divisas que el país no alcanza a generar en una medida suficiente. Esta situación provoca el reiterado recurso al FMI y la atribución a este organismo multilateral el carácter de actor de primera línea en la política nacional, tal como acontece en estos días.

A partir de estas circunstancias, el kirchnerismo como avatar del peronismo mantiene la incertidumbre sobre lo que habrá de acaecer en el país en el futuro próximo que parece anunciar su declive final, tanto en lo que hace al desenlace electoral del año próximo como en lo referente al atractivo que sobre una porción amplia de la clase media “progresista” ejerció durante más de una década. Entendemos que el fracaso de los gobiernos kirchneristas se debe evaluar a partir de una premisa indiscutible: la ocupación de la posición de izquierda que favoreció indudablemente su éxito electoral, le obligó a practicar, una vez que accedió al gobierno de la República, políticas que concordaran con el discurso o “relato” que se utilizó en las campañas electorales. El problema que resultó de imposible resolución residió en que, a pesar de ocasionales mayorías absolutas en el Congreso, nunca dispuso del poder real necesario para cumplir con las promesas de cambios sustanciales en las finanzas públicas y en la economía real de manera tal que el producto de la impotencia político-institucional y lo “revolucionario” del discurso ha sido el acelerado deterioro tanto de la gobernabilidad como del bienestar general de la mayoría del pueblo argentino.

Lo mismo ha sucedido en respecto de la política internacional del régimen K: el discurso posicional a la izquierda del arco político nacional, le constriñó a privilegiar vínculos “especiales” con gobiernos enfrentados al “imperialismo yanqui” en tanto que la dependencia real y efectiva tanto de los EEUU como de organismos multilaterales donde la Casa Blanca posee un poder de decisión incuestionable determinaba una contradicción insoluble que en estos días ha quedado en evidencia de manera inocultable. Hoy por hoy nadie puede dudar seriamente de que entre las acciones iniciadas por Sergio Massa en Washington y la reivindicación del gobierno de Nicaragua – entre otros ejemplos- existe una incompatibilidad absoluta.

De lo que llevamos expuesto, el Hijo Menor ha demostrado urbi et orbi que el balance final de su gestión a cargo de los intereses nacionales, consiste en dejar en la más densa incertidumbre, como “pesada herencia” para futuros gobiernos y para la Nación toda, dos cuestiones básicas sin cuya resolución nuestro futuro parece cada vez más sombrío, a saber:

a) El final anunciado del kirchnerismo como poder determinante o condicionante en los procesos políticos nacionales ¿implica o no la caducidad del sistema institucional regido por la Constitución vigente?

b) ¿Es posible o no es posible llevar adelante una política económica que transfiera recursos del sector primario de la economía al sector industrial sin que ello signifique un dispendio irrazonable de manera tal que a la par de favorecer el pleno empleo y la recaudación tributaria, las exportaciones de bienes con alto valor agregado permitan abolir la “restricción externa” que tantos y tan graves problemas nos ha causado?

Despejar estas incertidumbres y neutralizar los riesgos que ellas indefectiblemente provocan es una tarea compleja que requiere, ab initio, de una planificación cuidadosa que involucre tanto a la teoría jusconstitucionalista como a una concepción actualizada de la economía nacional y su vinculación con el espacio internacional, hoy sometido a fuertes tensiones que preanuncian cambios trascendentes en el balance de poder mundial. Volveremos en breve sobre esta cuestión.

Carlos P. Mastrorilli.