LA PERDIDA DE LA IDENTIDAD ARGENTINA COMO FACTOR DE DOMINACION
La soberanía, el idioma inclusivo y los derechos de las minorías
Por ANTONIO CALABRESE
La soberanía y la Nación
Una Nación solo puede considerarse como tal en la medida que tenga una identidad propia, que se distinga de las demás, que la haga exclusiva, diferente.
Hay muchas definiciones de Nación, pero preferimos encontrar su concepto en las características que le son comunes según reconocen la mayoría de los autores.
En este sentido no podemos obviar, antes que nada, a un grupo poblacional, con una lengua común con la que se comunica, una historia social y política, desarrollada desde su fundación, que crean tradiciones y costumbres colectivas, todo lo cual denota una cultura singular.
La Nación es por esto, algo más que un grupo de personas, lo que nos lleva a utilizar el término poblacional, que viene de pueblo, es decir que reconoce una pertenencia común que a veces, en su gran mayoría, se ubica en un territorio, dentro de ciertos límites geográficos, aunque ello podría no ser así en todos los casos.
En este sentido excepcional lo acredita la diáspora de la nación Judía dispersa en el mundo, o bien la ocupación del territorio de diversos países como la nación Kurda en Siria, Turquía, Iran, Irak o, en su caso, todo lo contrario, cuando distintos pueblos originarios, que se consideraron naciones, se unen para forman un país en un solo territorio común como el actual Estado Boliviano.
Pero mayormente, sobre todo a partir de mediados del siglo XVII, cuando se perfilan los Estados modernos, después de la paz de Westfalia, la nación jurídicamente organizada, como la definiría el abate Sieyès, se constituye en un Estado, en un marco de fronteras territoriales,
Ahora bien cuales son las características de estos estados naciones que les permiten ser personas de derecho internacional público.
Son diversas, pero se puede considerar entre las esenciales, a la soberanía, que es la facultad de no reconocer ningún otro poder por encima del propio para resolver sus asuntos, sumando otras igualmente importantes, como son el lenguaje y la historia.
La soberanía hace a su independencia, a que su opinión o voluntad sea respetada por las demás naciones en el derecho de gentes, mientras que su importancia, su prestigio, la relevancia alcanzada, le permitirá ser miembro o factor de emprendimientos multinacionales.
Otra de las características es el lenguaje común, cuyo valor se encuentra no solo en comunicarse entre sí sin dificultad alguna, sino que crea un vínculo de interdependencia entre los parlantes lo cual les permitirá entenderse para crear proyectos colectivos a fin de lograr los objetivos compartidos.
Finalmente la historia, porque es el pasado de todos por igual, de ricos y pobres, de poderosos y de necesitados; no hay diferencias, clases ni privilegios, son hechos y acciones que pertenecen a la comunidad entera, son propiedad de todos y de ninguno; crea la tradición, las costumbres; en definitiva, el arraigo de la cultura que comparten y llevan como sello uniforme desde el primero al último de los integrantes del pueblo.
LA ACELERACION DE LA CAÍDA
PRIMERO: En la época contemporánea el contenido de la soberanía está mutando. Hoy puede discutirse si el concepto es la independencia o la inexistencia de otro poder por encima de la nación jurídicamente organizada, porque es innegable que por efecto del desarrollo de las comunicaciones y la globalización, entre otras causas, hay decisiones que escapan al poder local y se toman en otro lugar, son de naturaleza supranacional y sortean cualquier imposición territorial como no sea la perdida, para la nación que no la acepta, de todo derecho sobre el objeto blindado por esa decisión universal.
En general son decisiones económicas y financieras cuando no, militares o de seguridad y comprenden una amplia gama de acciones entre las que se incluyen los precios internacionales de los objetos industrializados y las commodities, las transferencias de tecnología, los limites en la circulación de la información, hasta la investigación del origen y causa de los depósitos en la Banca Internacional de personas, montos o grupos determinados, entre muchas más.
En ellas los “Estados locales no “eligen” ni “deciden” nada, salvo cuando se ven forzados a ello”…”…son unas fuerzas amorfas y anónimas no registradas en la construcción de ningún Estado y que reciben denominaciones “variopintas” como “realidad del momento”, ”mercados mundiales”, “decisiones de los inversores” o simplemente “NHA” (no hay alternativa),como dice Zygmunt Bauman.
Esto ya de por si debilita a la soberanía como sostén de los estados-nación; es como si entrara en crisis, porque obliga a buscar soluciones en el territorio cuando las cuestiones son globales, externas, sobre las que no hay poder.
El mencionado autor sostiene que “ las peores amenazas a las que enfrenta la humanidad son de naturaleza global” porque “ no hay en perspectiva ningún sistema de gobierno global efectivo capaz de hacerles frente”.
Este proceso es irreversible por eso es indispensable a los países, para no desaparecer, el mantenimiento de las restantes características de su identidad.
SEGUNDO: La destrucción de la lengua del estado-nación es el paso siguiente en pos de su debilidad.
Stalin entendía a la Nación como surgida de la “comunidad idiomática”, por eso para someterla, es importante su destrucción que empieza con la confusión en la instancia inicial, a fin de transformarla en una “entelequia” como la define el historiador marxista Eric Housbawn.
Este es el objetivo del idioma inclusivo, que intenta alterar el propio, que junto a la revitalización e impulso de las minorías destruyen cualquier resabio identitario o de unidad.
El idioma es el instrumento más poderoso que tiene una nación que no posee grandes ejércitos, tampoco poderío nuclear, ni siquiera poder económico a nivel internacional.
En conversaciones que mantuviéramos oportunamente en Buenos Aires con Víctor García de la Concha que presidía entonces la Real Academia Española mientras ejercíamos funciones en la Secretaria de Cultura de la Nacion, aquel insistía en que la penetración de los pueblos de habla hispana en los estamentos de poder de los Estados Unidos, por ejemplo, se debía a la defensa y difusión del castellano o español, cuya denominación es indistinta. Hay Estados en la Unión en que la comunidad hispanoparlante es decisiva en materia electoral y también representa económicamente una fuente de negocios. De allí es que se ven los candidatos vencedores de origen latino cada vez con más frecuencia, o que estados como La Florida sean bilingües oficialmente, donde existen diarios que se editan en ambos idiomas, por ejemplo, o que en las cabeceras de las góndolas de los supermercados se anuncien los productos más vendidos, con carteles en español.
En el mismo sentido opinaba César Antonio Molina, Director del Instituto Cervantes, que es la autoridad en enseñanza y difusión mundial del idioma español, después Ministro de Cultura de España 2007/2009, en reuniones que mantuvimos con motivo del Congreso de la Lengua celebrado en Rosario, Santa Fe, en 2004 donde afirmaba lo mismo, señalándolo como una esperanza para el crecimiento de los países, en especial de la América Hispana, para adquirir con él preponderancia, desde su debilidad ante los poderosos.
El idioma, junto a la inmigración, ya establecida, eran un elemento de penetración insoslayable.
El Español es una lengua romance ibérica derivada del latín que es la segunda en el mundo por nativos y la cuarta en cantidad de población después del Mandarín, el Inglés y el Hindi.
Es uno de los seis idiomas oficiales de las Naciones Unidas y es también idioma oficial, junto a otros, en la Unión Europea, la Unión Africana y la Organización de Estados Americanos, como así también en otros organismos internacionales.
Y a este idioma, esta herramienta, este instrumento de poder, se lo pretende cambiar por una jerigonza sexista, de género, impuesta obligatoriamente por autoridades en nombre de un progresismo que por querer cambiar solo destruye.
Supimos que esa decadente y tortuosa deformación idiomática, en algunas universidades nacionales se la intenta imponer oficialmente, como así también en distintos organismos públicos de la Argentina, para que con ello se corte definitivamente, toda raíz con la lengua vinculante, que entre otras cosas, imposibilitaría la enorme conexión internacional que mencionamos más arriba dejándonos como el ultimo pais austral del mundo incomunicado o al menos con grades dificultades para hacerlo.
No estamos hablando de dialectos o versiones autóctonas o genuinas, de frases o palabras, como el lunfardo originado en el arrabal porteño o los más modernos con los que se comunican algunos jóvenes, en especial en la música o en el trato domestico cualquiera sea su origen, clase o calidad, representadas muchas veces en el “rap” u otros ritmos.
Estas son modas, es decir temporo-espaciales, se referencian con un lugar, en un tiempo, con una posición social y después se diluyen o cambian de una generación a otra persistiendo la característica de la genuinidad espontánea, lejos de cualquier imposición.
La obligatoriedad del idioma llamado inclusivo impulsada desde el Estado es un elemento de dominación a través de la pérdida de identidad, la subestimación y la debilidad colectiva.
TERCERO: las minorías, la cultura, la historia.
La historia es el pasado que trajo al presente y representa gestas heroicas, sangre derramada, en enseñanzas y experiencias propias e inalienables, que costaron dolor y lágrimas. Horas de triunfos y derrotas que forjaron el ser. Fue la génesis, les pertenece a todos, es su bandera y merece el respeto de la verdad por encima de cualquier relato de dudosa veracidad.
Se mezclan y confunden sus límites con la cultura que no es más que el fruto de aquella convivencia, generalmente azarosa. Van de la mano, son inseparables, son hijas gemelas de las costumbres, la mixtizacion, la educación, hasta del clima y de los accidentes topográficos de cada rincón.
Son la herencia de nuestros muertos, el arraigo a la tierra, las raíces extendidas bajo el suelo que salen a la superficie en busca del sol.
Por eso se defienden, porque son propias, únicas, sin par, solo las comparten aquellos que se integran y con su descendencia sellan el pacto de su asimilación y defensa.
De allí que sea esencial la igualdad, no puede haber diferentes, todos tienen los mismos derechos, no hay privilegios, ninguna persona o ningún grupo tiene preferencias o derechos distintos, más allá del respeto a la vida privada y a la fe, que es propia de cada cual.
Así lo quiso la constitución de 1853, que generosa igualó en derechos a los nacionales y extranjeros, excluyendo solo los políticos hasta que se obtenga la nacionalidad. Ni razas, ni credos, ni color, ni orígenes, ni género, somos todos iguales y para los cargos públicos debe exigirse nada más que las condiciones mínimas de idoneidad, sin cupos que más que igualar degradan y discriminan.
Reconocer minorías es reconocer que no son iguales los habitantes, que hay distintos, es diferenciar, es dividir, es implosionar en facciones la unión nacional.
La protección social, laboral, fiscal, educacional, reconocerá en cada época los desequilibrios si existieran y establecerá cualquier estabilidad que fuere menester, pero jamás reconocer que hay personas de primera, segunda o tercera, por sus distintos orígenes, sexo, clase o patrimonio.
La división es el fin, es la demolición no solo de lo que se pretendió construir en los últimos doscientos años, sino de una realidad que proviene desde el principio de los tiempos.