Del voto cuota al voto vacuna.
Tal vez todos recuerden el célebre voto cuota, cuando en la elección presidencial de 1995, Carlos Menem fue reelegido en plena vigencia de la Ley de Covertibilidad. A pesar de que para ese entonces el “uno a uno” – “un peso, un dólar,hermano”- había dado ya señales de que el ensayo de Domingo Cavallo, si bien había logrado detener el proceso inflacionario en curso, también era capaz de provocar algunos daños importantes en la economía real de nuestro país.
Si se analizan los resultados de esa elección, (Menem 49,94%, Bordón, (Frepaso 29,30%); UCR 16,99%, se advertirá con claridad que los ciudadanos votaron por la continuidad del “uno a uno” no sólo porque había producido el cuasi milagro de detener el proceso inflacionario, sino porque, a raíz de este fenómeno que fue experimentado como algo absolutamente positivo para las economías familiares de vastos sectores medios de la población, esos mismos sectores se habían endeudado “en cuotas” que, por efectos de la convertibilidad, eran realmente deudas en dólares. La perspectiva de un triunfo electoral de la oposición – que aunque tardíamente había comenzado a criticar el Plan Cavallo- resultaba, por ese entonces mucho más temible que el impacto de ciertos indicadores económicos – desocupación creciente, endeudamiento externo, corrupción administrativa- por lo cual el voto por la continuidad del menemismo se decidió por motivos principalmente vinculados al interés económico personal de una mayoría efectiva de la ciudadanía.
Visto con la perspectiva que dan los años transcurridos, el voto cuota representó una decisión colectiva que privilegió una situación de aparente estabilidad económica que tuvo la capacidad suficiente para diluir el miedo más intenso y amplio de una clara mayoría ciudadana: el que experimentó esa mayoría respecto de la la inflación y a la constante amenaza de transformarse en una “híper”.
El voto vacuna.
A nuestro entender la pandemia que nos agobia, ha tenido una consecuencia decisiva en lo que hace al comportamiento electoral de los ciudadanos. Para comprender cabalmente este cambio, es necesario señalar, previamente, cómo está constituido el nuevo paradigma instalado por el COVID en una sociedad como la argentina que venía atravesando serias dificultades en materia de empleo, pobreza, endeudamiento y, por supuesto, alta inflación. Veamos los ítems constitutivos de dicho paradigma:
1. El background dominante es la creencia en la salvación por las vacunas. Una gran mayoría de la población cree firmemente que la vacunación genera inmunidad a pesar de la evidencia de que todas las vacunas existentes son experimentales, es decir, que se aplican a grandes masas de seres humanos que ocupan el lugar de “voluntarios” en cuyos organismos se van llevando a cabo pruebas que tal vez, en un tiempo futuro que nadie ha alcanzado a precisar, abran paso a la elaboración de una vacuna realmente efectiva tales como son, entre muchas otras, la de la viruela, la poliomielitis y el sarampión.
2. La creencia en el dogma de la salvación vacunatoria se explica por la imposibilidad del ciudadano “de a pie” de conocer per se datos y pruebas fehacientes sobre la efectividad inmunizatoria de las vacunas y, por ende, la adquisición de la información respectiva – por más contradictoria e insuficiente que fuere- mediante las noticias propaladas por los medios de comunicación de masas.
3. Hasta el día de hoy, ni los escándalos protagonizados por algunos grandes laboratorios fabricantes de vacunas ni por los gobernantes han tenido suficiente fuerza como para minar los fundamentos del dogma vacunatorio. El miedo a enfermarse o perecer por la acción de un agresor invisible y capaz de mutar volviéndose cada vez más letal, es el terreno fértil en el que se arraiga la creencia de que vacunarse – con la rusa, las chinas, las norteamericanas o las europeas- es la única vía para alcanzar la tan ansiada inmunidad. Por ello, hasta ahora, han resultado tan poco influyentes las advertencias de grupos calificados de científicos independientes de los grandes laboratorios sobre la poca efectividad de todas las vacunas que se están aplicando en el mundo, la desconocida duración de los hipotéticos antígenos derivados de la vacunación y, por supuesto, sobre los comprobados efectos secundarios o colaterales derivados de la misma aplicación de la vacuna sobre los seres humanos.
En la Argentina gobernada por el kirchnerismo, el tratamiento genérico de la pandemia es considerado por los medios locales que fungen como críticos acerbos del oficialismo y, por lo tanto, aliados de la oposición – se presente ésta con los diferentes rostros del macrismo, el radicalismo o la izquierda “testimonial”- como catastrófico. Aluden insistentemente a la cantidad de contagios y de muertes; al colapso del sistema sanitario; a los negociados comprobados o sospechados en relación a la adquisición de vacunas; a la insuficiencia de los testeos; a los vacunatorios VIP, a la inutilidad y a los efectos depredatorios económicamente hablando de la cuarentena más larga del mundo. Resaltan de continuo la muy escasa cobertura de la población con vacunas (con cualquier vacuna) y transmiten informes muy complicados – y por lo común variables cotidianamente- sobre el efecto positivo de una o dos dosis con lo cual la confusión generalizada no hace sino crecer hasta llegar al galimatías de unos expertos que se han transformado en panelistas y “bajan línea” y sermonean a los televidentes como si fueran los sacerdotes de una nueva religión pandémica.
En la misma medida en que los medios acusan al gobierno de manipular la distribución de las vacunas y de torpeza o mala voluntad respecto de la negociación para adquirirlas (caso Pfizer) a contrario sensu, están expresando que si el acceso a las vacunas – a cualquiera de ellas- fuese correcto y eficiente y si la vacunación fuera masiva, veloz y equitativa, el gobierno merecería el premio mayor: ganar la elección postergada hasta noviembre.
Un efecto tal vez no deseado por el oficialismo ni por la oposición, sea el de haberse planteado, más o menos confusamente, la opción por el voto vacuna o por el voto economía. Si se diera la primera situación, una mayoría de los ciudadanos sufragarían por el Frente de Todos en la elección de medio tiempo que se avecina. Para que esto suceda, las campañas de vacunación en el territorio nacional deberían ser aptas para sostener una verdadera epopeya sanitarista. El gobierno de Alberto Fernández, en su rol de vacunador omnímodo cosecharía una fuerte adhesión electoral puesto que su accionar sería el que derrotase al Mal Absoluto encarnado en el Coronavirus.
Es justamente la duda sobre la capacidad gubernamental para obtener la cantidad de vacunas necesarias para que, aplicadas en tiempos compatibles con la ya postergada justa electoral, el mérito así adquirido y demostrado pudiese inclinar la voluntad popular hacia las listas que responden a la coalición gobernante en detrimento de una oposición que, a través de los medios afines, partiendo del dogma vacunatorio se dedicó con fruición a poner en evidencia los errores y usos indebidos del miedo a la enfermedad que el oficialismo puso en evidencia al hacerse cargo de las principales operaciones vinculadas a la guerra antivirus, incluida la falta de transparencia en las negociaciones para adquirir las vacunas así como los excesos cometidos so pretexto de limitar la circulación comunitaria del microscópico antagonista de Wuhan.
La otra motivación que podría potenciar el voto contra el Frente de Todos, es el pésimo estado de la economía real y las peligrosas amenazas que se ciernen sobre las finanzas, tanto públicas como privadas. Es de todo punto de vista evidente que una apreciable mayoría de la población, sin distinción de sectores sociales, está y vive peor ahora que al comienzo de la gestión albertista. Aun sin disponer de los conocimientos suficientes para conectar correctamente la macroeconomía con sus propias situaciones familiares, el deterioro salarial y de las remuneraciones previsionales debido tanto al desempleo cuanto al impacto devaluatorio de la alta inflación reinante, producen en la ciudadanía una sensación de desamparo y frustración presentes sin que en el horizonte próximo se pueda advertir un cambio de tendencia favorable al consumo y a la estabilidad laboral. En el caso de las empresas, sobre todo en el de las Pymes, las circunstancias son análogas con el agregado que han sido las prohibiciones derivadas de la pandemia las que han provocado en forma más o menos inmediata, su descalabro y ulterior desaparición del mercado.
El gobierno ha entendido cabalmente esta situación. En tanto en lo que hace a la economía sólo atina a congelar precios y tarifas y aumentar el monto de una gran variedad de subsidios sin que este tipo de decisiones consigan revertir los daños infligidos a la economía real, ha apostado con claridad al voto vacuna: un vacunado, un voto según creen en los entresijos del poder.
La República de los Vacunados.
En su edición del díaa 25 de Mayo, “Clarín” publicó un nota del periodista Eduardo Paladini que tituló “El Gobierno apuesta a la vacuna, pero una dosis no vale un voto”. En este artículo, a partir de los resultados de una encuesta de Synopsis, sobre un relevamiento de 1.265 casos, se analiza el impacto electoral de algunas cuestiones vinculadas a la pandemia.
Como todas las encuestas de opinión, ésta debe ser tomada como una aproximación al llamado humor social que, conforme lo enseñan los padres fundadores del marketing, no es otra cosa que una mezcla de creencias, conocimientos y de influencias incorporadas a las mismas preguntas que se les formulan a los encuestados. Con estas reservas, lo publicado por “Clarín” tiene su miga, como quien dice.
En primer lugar Synopsis declara que el 62,4% de los entrevistados “está más preocupado por la economía que por el coronavirus” y que el 53,5% “asegura estar dispuesto a asumir el riesgo del contagio antes que perder su fuente de ingreso”. El juicio sobre el manejo de la pandemia por parte del gobierno es lapidario: el 60% juzga como “malas” y “muy malas” las medidas tomadas por el Presidente al respecto.
En relación al proceso vacunatorio, sólo un 25,9% declaró haber recibido por lo menos una dosis de alguna vacuna. Por su parte, los vacunados aprueban con un 36,2% la gestión sanitaria del Gobierno; los no vacunados sólo se manifiestan favorables el 22,6%.
Cuando se evalúan estas cifras con las perspectivas que hacen a la elección de noviembre, surge de inmediato la necesidad de vincular el estado de la economía real y su incidencia en la percepción que cada uno tiene de su situación en materia de ingresos y de consumos, con el temor a contagiarse, enfermar y, en el peor de los casos, morir. Fue el mismísimo Presidente Fernández quien, en los primeros meses de expansión incontenible del virus, afirmara que él prefiere que haya un 10% más de pobres que fallezcan 100.000 compatriotas. Pues bien: su gestión está bien encaminada a lograr ambas metas.
Desde la perspectiva oficialista, está claro que se abren dos caminos para afrontar con éxito las elecciones legislativas que se avecinan. Por el lado de la economía, se ha descartado cualquier arreglo firme con el FMI pues ni el Gobierno está en condiciones de frenar el proceso inflacionario ni de restringir el nivel de subsidios de todo tipo contenido en el aforismo de “poner plata en el bolsillo de los argentinos”.Los más radicalizados de la coalición gobernante, tratan de hacer de la necesidad virtud y han comenzado a entonar los versos de la epopeya antifondo. No obstante ni el desempleo bajará algunos escalones, ni los salarios ni las prestaciones sociales dejarán de perder valor frente al aumento de los precios, muy notoriamente el de los alimentos y el de los medicamentos.
Es por esta razón que el oficialismo se ha lanzado de lleno a la vacunación como tarea electoral privilegiada. Para que el partido de vacunas para todos y todas logre la tan ansiada meta de obtener el quórum propio en la Cámara de Diputados, no sólo deberá haber vacunas – cualquiera, de una dosis, de dos dosis o de tres dosis como se habla en estos días- sino que habrá que planificar una campaña de vacunación en los tiempos que requiere el calendario electoral y que cumpla con las exigencias mínimas de todo proceso vinculado a la inoculación masiva de preparados farmacológicos. Hasta ahora, ninguna de las dos condiciones se halla asegurada.
La apuesta por el voto vacuna, cuenta a su favor con el dogma vacunatorio al cual antes hemos hechos referencia. Si cada uno de los que recibieron la vacuna gracias al empeño de los actuales gobernantes cree que éstos le han salvado la vida, es posible que los resultados electorales no sean todo lo desastrosos para el FdT que deberían ser si los votos obedecieran a una racionalidad basada en el interés objetivo de cada ciudadano. Pero esta condición, que rara vez se ha dado en nuestra historia contemporánea, en medio de la gran turbulencia socio-económica generada por la pandemia, se parece más a una utopía que a una probabilidad estadística.