La Cultura Nacional
Por Antonio Calabrese
Se dice que la dominación militar al igual que la económica, es finita, o sea que tiene límites en el tiempo y el espacio.
La dominación cultural en cambio, es perenne y ocupa todo el espacio y todo el tiempo, porque se nos incorpora y pasa a formar parte de nosotros mismos.
Existe una tendencia, en el común de la gente, a considerar de la cultura, solamente a una expresión parcial de la misma, identificando a esta, apenas, con las manifestaciones estéticas de una sociedad.
La literatura, la pintura, las artes en general, y en especial la música, por ejemplo, entre tantas otras manifestaciones, serían la demostración del estado cultural de un pueblo.
Sin embargo este, al que podría sumársele el nivel científico y tecnológico, es sólo uno de los tres aspectos en que debe considerarse a la cultura de una nación que se precie de tal, es decir algo mas que un mero conglomerado humano, sino más bien como un conjunto de hombres y mujeres unidos, por símbolos, historia, tradiciones y objetivos comunes.
Un segundo aspecto de la cultura es precisamente el referido a los hábitos, a las costumbres, a las tradiciones, a la religión, al vestido, a las comidas, que tienen que ver con sus orígenes, con su geografía, con su clima, con su sentido de la vida en si misma, en cuanto a tal.
Piénsese en ellos, comparativamente entre las naciones asiáticas, Japón, China, La India, y sus diferencias entre sí y con las naciones sudamericanas o bien con las naciones árabes, para entender la profundidad y las distancias en este segundo segmento.
Por último existe un tercer aspecto de la cultura mucho más importante que los anteriores y del cual se nutren o debieran hacerlo, al menos, los dos primeros que es el denominado Ser Nacional o Conciencia Nacional, que desarrollaron en una vasta obra, autores como Fichte en Alemania, Mazzini en Italia, para no citar sino a los mas representativos, Bolívar, Guillén, Fuentes, García Márquez, Martí en América y entre nosotros Moreno, el Alberdi de sus últimos años, José Hernández, Guido Spano, Manuel Gálvez, Alberto Vacarezza, Battistesa, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández, Leonardo Castellani, Elías Castelnuovo, José María Rosa, Fermín Chávez, Ernesto Palacio, los poetas populares, Cátulo Castillo, Discepolo, Homero Manzi, y escritores de la talla de Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz entre tantos otros, sosteniendo este último para ejemplificarlo que “ no iba a cometer la irreverencia de desenterrar a tipos humanos fenecidos”, pero que si bien el criollo, el indio, el habitante colonial y el cocoliche habían desaparecido, sobrevivían, no obstante, en otro ser distinto como era el hombre de Corrientes y Esmeralda, que aún esta sólo y espera.
Toda una definición del ser nacional argentino en su mezcla antropológica.
En una reducción lógica del concepto, Juan José Hernández Arregui, lo define como:”El proceso de la interacción humana, surgido de un suelo y de un devenir histórico, con sus creaciones espirituales propias, lingüísticas, técnicas, jurídicas, religiosas, artísticas.” Inmediatamente colige que lo que produce este grupo humano es “la cultura” entendida esta como el conjunto de bienes materiales y espirituales “que da forma a la coetaneidad de una comunidad nacional, más o menos homogénea en su caracterización psíquica frente a otras comunidades”.
En consecuencia podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que “el producto” de un pueblo, es decir su cultura, para que lo identifique, debe estar impregnado de ese ser nacional que lo precede que es distinto al de todos los demás.
Por eso los dos primeros aspectos de la cultura nacional pueden estar influidos en alguna medida por el concepto de universalidad que la cultura general encierra en su comprensión más compleja.
Seria necio negar la incidencia de los grandes maestros de la pintura o de los grandes arquitectos y constructores, o de los sabios que con sus investigaciones e inventos han prolongado el tiempo y la calidad de vida, como así de los talentosos músicos de distintas nacionalidades, que han regalado a la humanidad los sonidos más maravillosos.
En esta influencia tampoco debe menospreciarse a aquellos que no son precisamente los clásicos, sino que desarrollaron ritmos, sones, estilos, modas, que sirven para la evolución de nuestra propia cultura, que no es un concepto inmóvil, inmutable sino todo lo contrario, a medida que la sociedad crece y sus necesidades y sus problemas se diversifican y se transforman en distintos a los del pasado, se va adaptando a ellos y sus soluciones van cambiando, recibiendo todos aquellos aportes que les sean útiles más los antecedentes propios y los que genere o cree el talento contemporáneo.
Pero el que es menester tener claro, es aquel tercer aspecto, el del ser nacional o la conciencia nacional, que si bien tampoco es un concepto inmóvil o cristalizado, inmutable, tiene características únicas, originales, que lo hacen distinto a los de otras naciones. “La cultura es un desenvolvimiento en el tiempo, no una predeterminación positiva o negativa de orden biológico” recuerda el mencionado Hernández Arregui.
Cuando pierde esa originalidad que le es propia y lo distingue, suplantándola por otra, es cuando están dadas las condiciones para su dominación por quién le impone el cambio.
Este dilema de lo universal y de lo propio fue desarrollado ampliamente por Leopoldo Marechal. Podría decirse que fue uno de los temas que mas ocupó su pensamiento y al que dedicó numerosas páginas y conferencias.
En “Proyecciones Culturales del Momento Argentino” conferencia dictada en 1947 fija la base fundamental de su opinión, repetida en “Adecuación del Estado a los Intereses del Hombre”, publicado en “El Líder” en 1948 o en la pronunciada en la provincia de Catamarca en 1953 que tituló, precisamente:”Lo Nacional y Lo Universal en la Literatura”.
Marechal, uno de los más importantes, sino el más importante escritor argentino, distingue los órdenes de “la creación” y “la asimilación” en nuestro pueblo respecto de los bienes culturales como sostiene en la interpretación de su obra el Dr. Pedro Luis Barcia, que fuera presidente de la Academia Argentina de Letras.
Insiste, en síntesis, en la posibilidad de la apertura a lo universal pero desde lo propio, sin encerrarse en localismos estrechos, aunque sin soslayar jamás lo autóctono.
“Un pueblo no logra la plenitud de su expresión si no consigue trascender a los otros” dice y a fin de aclarar este concepto, para evitar cualquier confusión al respecto, y al de la diferencia entre lo universal y lo propio, ejemplifica con una experiencia personal vivida en España con motivo de la amplia difusión en Europa de su poema “A un domador de caballos” al que la crítica atribuyó una trascendencia humana universal pero que al mismo tiempo se apreciaba “ que solo podía ser escrito por un argentino”.
Como conclusión de ello Marechal expresa: “El día en que pueda reconocerse a un poeta argentino en el elogio abstracto de una rosa, nuestro arte habrá logrado universalizar lo autóctono hasta el grado máximo de sus posibilidades”.
En una poco recordada carta al Dr. Atilio Dell´Oro Maine, el perseguido y angustiado poeta popular y peronista, reflexionaba:” Somos herederos de la herencia intelectual de Europa, herederos legítimos y directos…Aristóteles y Santo Tomás son tan míos como de Jacques Maritain.”
Dejando esta última reflexión:” Lo que debemos hacer es tomar posesión de nuestra heredad legítima y cultivarla con nuestros cuerpos y almas de americanos”…”En esa obra estamos algunos de nosotros.”
Como vemos los conceptos son simples aunque a veces no tan claros y mucho menos en un país que como dice Archibaldo Lanús, en “Causa Argentina” pasó del malón al subterráneo en apenas dos generaciones.