EXCURSUS.
La única verdad es la realidad.
Por Aristóteles, Kant & Cia.
Como muchos de nuestros lectores seguramente sabrán, una cantidad no parva de estudiosos de las cosas del poder creen que la expresión que afirma que “la única verdad es la realidad” es la suma y síntesis de la sabiduría política. Atribuída al Estagirita y, siglos más tarde, vinculándola con Kant y hasta con Hegel, más que probablemente su popularidad en la Argentina se debe a su utilización por el General Perón en 1948 para responder a severas críticas de sus opositores en ocasión de un aumento desmedido de los precios de bienes transables vinculados a la mesa de los argentinos, como se suele decir ahora.
La lectura ingenua de la famosa locución conduce a conectar dos conceptos abstractos – “verdad” y “realidad” – para significar que lo verdadero depende del conocimiento de lo real y no, como pretendía Platón, de alcanzar una plena armonía en el mundo de las ideas. Para los epistemólogos, aun con notables diferencias entre ellos, es la versión aristotélica la que debe ser tenida en cuenta a la hora de vincular ambos conceptos. Si en algo coinciden todos los pensadores que han dedicado sus mejores esfuerzos al problema de la validación del conocimiento, es que el concepto de verdad es uno de los mayores desafíos que se presentan al momento de intentar diferenciar lo verdadero de lo falso. Karl Popper dedicó gran parte de su actividad intelectual a esta ardua cuestión.
A nuestro entender, lo primero que se debe hacer cuando se intenta encontrar un sentido racional a tan controvertido apotegma, es definir lo que debe entenderse por realidad, o sea ¿qué es lo real? lo que existe más allá de la duda metódica o no. En una primera aproximación podemos aceptar que la realidad está compuesta por objetos – cosas y seres vivos- y por hechos, lo que sucede en el tiempo y en el espacio. Si partimos de esta premisa, la realidad posee una cualidad trascedental: puede ser conocida aplicando el método adecuado al intento; no es impenetrable a la razón humana.
Conocer la realidad, por lo tanto, debe ser anterior a saber si la expresión conceptual de ese conocimiento es verdadera o falsa. Los compañeros que están dedicados a la cuestión del voto-verdad – es decir, el voto que se basa en el conocimiento de los objetos-candidatos demandantes del sufragio de los ciudadanos – suelen toparse con lo de única verdad que no suele ser el producto de la experiencia de cada votante, sino de la versión que de la realidad política propagan los medios de comunicación de masas.
Cuando la cuestión que se plantea en cada elección presidencial es la de conocer a los candidatos para optar por uno u otro de los pretendientes al Sillón de Rivadavia, los ciudadanos-electores en una enorme mayoría des-conocen los aspectos menos publicitados de los que demandan el voto. La verdad acerca de la realidad relativa a la persona del candidato, suele ocultarse detrás de los discursos de campaña y de la re-presentación del pretendiente a través de información propalada por comunicadores (periodistas y políticos) que, como es evidente, responden al interés económico y social que se encuentra detrás de cada candidatura. Por lo tanto: ¿es cognoscible la realidad concerniente al interés que representa y a la personalidad de cada demandante del voto ciudadano?
Los procesos electorales auspiciados por las democracias clásicas – las fundamentadas en concepciones ideológicas explícitas – tanto como por las democrcias posicionales – en las que el factor ideológico se ha minimizado – comparten la suposición de que los ciudadanos están dotados de los atributos de racionalidad y libre albedrío. Es decir que son capaces de elegir guiados por la razón que les señala quiénes son los candidatos más afines con sus intereses personales y que una vez decididos pueden ejercer sin restricciones, endógenas o exógenas, la libertad de optar por aquellos pretendientes que el raciocinio les señala como sus representantes ideales. Esto, como está claro para cualquier observador independiente, no sucede...casi nunca.
La realidad no es ni verdadera ni falsa.
Si tomamos distancia de las polémicas en que se han ensarzado los epistemólogos desde la Antigüedad hasta nuestros días, la pretensión de hacer o no hacer algo – votar, por ejemplo – conforme a la verdad, o falsedad, relativa al objeto de nuestra voluntad de incidir sobre lo real, se podrá advertir que lo real es lo que es en tanto que la verdad es lo que cada uno piensa – o siente – acerca del objeto en cuestión. De ahí que tanto Viktor Tarski como nuestro epistemólogo de bandera, Gregorio Klimovsky, hayan arribado a una solución que tal vez satisfaga las exigencias de un determinado modelo teórico pero que deja in albis a los honrados votantes que aspiran a que los gobiernos por ellos elegidos no se conviertan en sus opresores y/o en sus esquilmadores consuetudinarios: la verdad es un concepto sólo válido para ser utilizado en cuestiones lingüísticas o semánticas. En tanto Tarski se dedicó a conectar el concepto de verdad con el lenguaje matemático, los que sucesivamente fueron abandonado el intento de vincular lo verdadero con lo real, extendieron la teoría de la verdad semántica a todo tipo de lenguaje incluso al empleado por los solicitantes del voto en sus discursos de campaña.
La solución que los renombrados filósofos de la ciencia antes citados nos han propuesto, se puede leer en este párrafo de Klimovsky (en “Las desventuras del conocimiento científico” ) : “La primera acepción… proviene de Aristóteles, quien la presenta en su libro “Metafísica” y por ello se la llama “concepto aristotélico de verdad”, Se funda en el vínculo que existe entre nuestro pensamiento, expresado a través del lenguaje, y lo que ocurre fuera del lenguaje es la realidad”.
Para que quede claro: la verdad es algo así como un atributo del lenguaje y la realidad externa al lenguaje, es algo ajeno a la verdad. En tiempos de fake news, de big data y de ChatGTP, la cuestión adquiere una vigencia extraordinaria… aunque no cuenta a la hora de indagar cómo votar al candidato más afín al interés de cada ciudadano.